A clave del éxito de anoche fue anticipada por Luis García. Temía el hombre que el Athletic acabase imponiendo la ley del más fuerte y eso fue lo que ocurrió. El Mallorca, aseado durante más de una hora, no pudo soportar el empuje, el ritmo, la intensidad con que se desempeñan los rojiblancos. "Barbaridad" fue el término que empleó el técnico isleño para calificar el modo en que exprimen sus capacidades físicas al servicio de una propuesta básicamente combativa. Lo clavó, dado que en el Athletic actual el resto de los conceptos futbolísticos quedan relegados a un segundo plano. Tanto es así, que para ver jugadas trenzadas a ras de césped, asociaciones de más de tres jugadores, hubo que esperar a que el marcador se moviese. Solo a raíz del primer gol y sobre todo del segundo, que llegó seis minutos después, se soltó el Athletic. Huelga decir que para entonces el Mallorca, aparte de desmoralizado, estaba derrengado. Era pan comido, un chollo para que Muniain se gustase o el descaro de Nico Williams enardeciese a la grada.

Como en las películas, el final feliz será probablemente lo que quede en la memoria. El resultado y esa sensación de poderío al calor del mismo en el último tramo del partido. Tres puntos más al saco que despiertan expectativas sugerentes en un inicio liguero donde el dato principal se refiere al balance defensivo. Un gol recibido en 360 minutos es algo serio, sin duda. El pilar en que descansa cuanto de positivo pueda decirse del equipo a estas alturas. Perseverar en esa línea garantiza una trayectoria como mínimo desahogada. Bueno, ahí está la tabla para confirmarlo.

A este Athletic se le pueden sin embargo poner varios peros porque deja bastante que desear si se analizan la mayoría de los aspectos relacionados con el uso de la pelota. Aunque sea obvio que su creatividad es pobre, en algunas fases de solemnidad, no es menos cierto que hasta la fecha dicho déficit no ha sido un problema. Un par de triunfos y un par de empates (el segundo ante el Barcelona) le contemplan y avalan en principio la idea de Marcelino. O al menos la forma en que la plasman los futbolistas.

Lo suyo viene a ser una especie de acoso y derribo. Tesón a raudales, presión incesante, orden posicional y una agresividad innegociable. El de enfrente ya sabe a lo que se expone si no logra equipararse en esos registros. Desde luego, Luis García era bien consciente y lo expresó con total sinceridad. Durante dos terceras partes del choque, el equilibrio de fuerzas existió, lo que permitió al Mallorca sacar a relucir unos argumentos que incluyen el trato amable al balón. Por parte del Athletic, aparte de Vencedor ninguno aportaba coherencia en los turnos de posesión. Era darla rápido y larga, siempre por arriba, con la intención de ganar metros y elevar al máximo las revoluciones. El ingenio suplido por el sudor, suficiente para anotar tres acercamientos y solo uno culminado en remate, el nacido a balón parado.

Con solo eso es complicado cobrar ventaja. Es tal el cúmulo de imprecisiones, de lances mal resueltos, que no queda sino aferrarse a la constancia, confiar en que a la larga el pundonor será rentable. Mientras Unai Simón ejerza de espectador desde la lejanía el plan tiene un pase, más que nada porque la puerta de la victoria permanece abierta. Hablamos del lado positivo del 0-0, de la botella medio llena. Hasta que, de nuevo la estrategia, transforma el escenario. Vivian se corona y ahí sí que la casta colectiva sirve para establecer una distancia sobre el adversario que, mira por dónde, había entrado mejor en la segunda parte. Quien más quien menos empezaba a dudar de las posibilidades del Athletic. Seguro que Marcelino no se encontraba en este grupo, pero por si acaso realizó un triple cambio, veía clara la conveniencia de reactivar a una tropa, que de tanto chocar y chocar contra el enemigo y contra su propia impericia emitía ya síntomas de debilidad. La incorporación de sangre fresca salió redonda. Pronto vinieron los goles, el premio a los chicos más obedientes de la categoría. No hay equipo que se equipare al Athletic si de dejarse el alma se trata y después de cuatro jornadas se comprueba que tampoco hay equipo en condiciones de ganarle.