L azar se ha dignado a conceder un respiro al Athletic en la semana que Aitor Elizegi asegura que no olvidará. Nadie lo hará porque la sucesión de acontecimientos desde el pasado domingo constituye un hito en la historia del club. Más allá del cariz anecdótico que emana de la destitución de los entrenadores de las dos primeras plantillas en cuestión de horas, la adopción de medidas de este calado permite hacerse una composición de lugar sobre el funcionamiento cotidiano en Lezama.

Gaizka Garitano y Ángel Villacampa salen porque no estaban cumpliendo las expectativas. Cada equipo arrastraba su problemática particular, se percibía desde muchos meses antes que algo fallaba. No eran detalles en tal o cual partido, eran inercias para las que no se adivinaba solución. Finalmente, el desproporcionado voto de confianza de la directiva ha desembocado a mitad de curso en despidos y nombramientos, en la esperanza de que la labor de los elegidos favorezca una reacción antes de que la paciencia de la afición se agote.

La suspensión del partido del cuadro masculino en el campo del Atlético de Madrid previsto para la tarde de ayer ha llegado muy oportuna desde la perspectiva de Ibaigane y, para qué mentir, de todo el entorno. La agenda de este comienzo de año ya iba a tope de sobresaltos, comunicados, tachones, palabras huecas, etc. No hacían falta más anotaciones que tensionasen el ambiente y sí una pizca de intimidad y tranquilidad, algo así como una tregua. Al amparo del capote (blanco) caído del cielo al que los especialistas bautizaron con el nombre de Filomena, va a poder Marcelino García Toral ampliar su margen de maniobra.

Mejor no pensar en lo que hubiese ocurrido en el Wanda Metropolitano, destino tradicionalmente poco amable, donde aguardaba el rival más indeseable del panorama, según advierte la clasificación. El mal trago que le hizo pasar el Barcelona es suficiente penitencia para Marcelino, que ayer pudo ya desprenderse del paracaídas y enfundarse el chándal sin estar pendiente de las cuchilladas de Luis Suárez y compañía. Se citó con sus muchachos y aprovecharon para ir conociéndose.

Idéntico plan es el previsto para hoy, mañana, el martes y el miércoles. Un remanso de paz este inesperado paréntesis en un calendario diseñado por seres que no juegan al fútbol. En principio, la ocasión para descubrir la materia prima a su cargo y palpar su estado de ánimo; un puñado de horas ganadas, puesto que se daban por perdidas, que compensarán parcialmente la carga de improvisación del aterrizaje alegremente asumido por el club.

Luego, el jueves, La Supercopa, el Madrid. Una broma pesada más que el Athletic afrontará con otro semblante aunque sin garantía alguna. ¿Prestigio? Sí. ¿Dinero? Pues claro. En las actuales circunstancias, cobra mayor importancia el hecho de que para el equipo supone un ensayo con red dentro de ese proceso de intercambio de información entre el cuerpo técnico y los futbolistas. Tomarse a la tremenda el torneo de vocación materialista montado por Luis Rubiales se antoja improcedente. Cualquier resultado habrá que darlo por bueno, abra la posibilidad de aspirar a un título o signifique el regreso apresurado a Lezama. Dos vías válidas para continuar la búsqueda de la regularidad y la competitividad extraviadas a que aludía Elizegi en presencia de Iraia Iturregi, por cierto, la mejor noticia de la curiosa semana.