LA fidelidad a los colores es una cuestión secundaria a la hora de evaluar a un entrenador. Son minoría los que tienen ocasión de ejercer su trabajo en el club de sus amores y que lo hagan en otros equipos no les convierte en sospechosos de nada, ni alimenta las dudas sobre su valía. En todo opera el fenómeno contrario: cuando un técnico se sienta en el banquillo del equipo con el que se identifica como aficionado, suele verse sometido a un examen más severo. En el Athletic sobran los ejemplos de gente de la casa que, precisamente por serlo, no ha recibido de la afición y la prensa las dosis de comprensión o paciencia en la misma proporción que aquellos que carecen de vínculos afectivos con lo que representa el escudo. De todo ha habido, aunque con relativa frecuencia hemos sido testigos de ambientes viciados en San Mamés, de una presión extra hacia el técnico local que desemboca en una salida precipitada.

La profesionalidad debería estar siempre por encima de los sentimientos. Sería lo ideal para aspirar a que el entrenador sea objeto de un trato justo. Término este último de difícil encaje en el fútbol, por cuanto poseer aptitudes y mostrar una dedicación sin reservas no garantiza buenos resultados, a la postre el termómetro con que se analiza al responsable de la plantilla. Son tantos factores los que intervienen en la marcha de un equipo que resulta complicado valorar con ecuanimidad a quien toma las decisiones. Así que, si además se repara en su origen para efectuar el escrutinio lo más probable es que el veredicto sea erróneo.

En Gaizka Garitano, los dos argumentos que estamos barajando convergen en clave positiva. En primer lugar, su lealtad no está a prueba. Es rojiblanco confeso, de cuna, y por si no bastase con sus palabras, están los hechos para corroborarlo. El razonamiento que expuso ayer para explicar qué le empuja a firmar contratos anuales con el Athletic, pudiendo alcanzar acuerdos más extensos, es suficientemente ilustrativo. Y valdría también para entender que en su día aceptase con naturalidad la dirección del Bilbao Athletic, pese a su bagaje en categorías superiores.

No es de extrañar que pensando como piensa, su mayor preocupación de cara al futuro del club sea, no la calidad futbolística que atesoren los chavales que paulatinamente van integrándose en el primer equipo, sino su conciencia, que él llamó "nivel humano". Incidió en la crucial importancia de que la juventud conozca y, con su forma de comportarse, haga suyos los valores del Athletic. Opinó que queda labor por hacer en este sentido y puso como modelo a los treintañeros que están desfilando, guardianes de unos códigos sin los que el vestuario no se diferenciaría de cualquier otro.

Los resultados de Garitano, el segundo argumento, dicen que la orientación de sus directrices es correcta. Presenta un balance notable que desde el inicio ha seguido una línea ascendente. Cierto es que el punto de partida podía catalogarse de incierto, pero el desaguisado de su predecesor se antojaba fácilmente mejorable. Lo que pasa es que la reacción que impulsó pudo con la previsión más optimista y a día de hoy mantiene viva una expectativa interesante. El Athletic ha crecido con Garitano y en el mes y medio que viene y en lo que vendrá después, su misión consistirá en no desviarse del camino emprendido a la vez que refresca el bloque y afina la creatividad.