L temor a una filtración periodística provocó que el Athletic decidiese transmitir el miércoles de forma intempestiva, a una hora de la medianoche, el acuerdo alcanzado por la directiva y la primera plantilla masculina en torno a la renuncia de esta a un porcentaje de sus ganancias. El consenso descansa básicamente en la cesión de un dinero por parte de los profesionales, iniciativa que aliviará las posibles pérdidas de la entidad y permite eludir la aplicación de un ERTE al resto de los empleados.

Considerando que desde hace semanas asistimos a un goteo de noticias de este tipo en Primera, en Segunda y en otros campeonatos, pudiera parecer que el Athletic ha andado tarde. Sin embargo, los jugadores ya habían expresado con suficiente antelación su inequívoca voluntad de rascarse el bolsillo. Si no lo han materializado antes ha sido por observar un criterio de prudencia: estaban a la espera de acontecimientos, a fin de evaluar con mayor conocimiento de causa los efectos de la pandemia en la sociedad y específicamente en el fútbol. De modo que la medida ahora publicitada ha sido adoptada sin prisas por la plantilla, pero con un espíritu consecuente con las circunstancias vitales del entorno.

En este sentido merece comentarse que en el comunicado del club, de una extensión exagerada y que mezcla asuntos dispares, hay una referencia explícita a la donación que los futbolistas destinaron a Osakidetza cuando estalló la crisis y que el ente desveló en contra del deseo de sus promotores, que preferían que no hubiese trascendido. Los gestos de solidaridad que se publicitan no dejan de ser un ejercicio de marketing, de hecho se trata de una práctica muy en boga en estas fechas a cargo de empresas y grandes fortunas. En este caso la propaganda no fue algo buscado por el vestuario rojiblanco sino que vino motivada por una indiscreción ajena.

El equipo, al igual que el cuerpo técnico y los altos cargos de la institución, estiman que su gesto hacia el Athletic es ineludible, una suerte de obligación que se contrae de buen grado pensando en el bien común, en la salud financiera del club. Toca remar para que el barco avance en medio del oleaje que se ha levantado y que no tiende a remitir, aunque los políticos insistan en adornar estadísticas y plazos.

El acuerdo descansa en la voluntad de los futbolistas, esto no admite duda, mientras que es una incógnita el papel de la directiva en las negociaciones, que han existido y donde habrá tenido algo que decir. Lo cierto es que al final se contemplan solamente dos escenarios de futuro, pues a estas alturas el tercero, el del fútbol como era hasta hace mes y pico, ha dejado de barajarse como alternativa. Está asumido que el único de los supuestos viables para la celebración a lo largo del verano de los partidos pendientes incluye la condición de que sean a puerta cerrada. La presencia de aficionados en los estadios está definitivamente descartada, al menos hasta la próxima campaña. Y ya veremos entonces.

Los porcentajes a restar de las nóminas, 6% en la hipótesis de que se reanude la temporada y 17% si se opta por la suspensión, son similares a los pactados en otros equipos. Su traducción en cifras concretas de dinero no es sencilla, a lo sumo cabe trazar un cálculo aproximado, que en la peor de las posibilidades, la total inactividad, vendría a tapar la mitad del agujero generado en las cuentas del Athletic.

La cacareada fortaleza de la entidad en el orden económico contribuye a matizar la valoración cuantitativa del paso dado por la plantilla. Partiendo de la premisa de que el club posee capacidad para capear el temporal, resulta que además dispone para ello de una ayuda extra. Claro que también es verdad que el peso principal, calificable de abrumador, con el que cargan las arcas del club es el abono de las fichas del primer equipo. Hay material para el debate, queriendo. Pero tampoco los futbolistas tienen por qué responder o excusarse por lo que cobran, por desproporcionado que parezca, que lo es, máxime en el actual contexto de precariedad generalizada.