E cobrarán piezas de caza mayor. No puede ser de otra manera en una batalla presta a cañonazos. La Operación Dominó desatada en la derecha española augura un parte de guerra aterrador. Algunas piezas van a caer a la lona fulminadas para no levantarse jamás de la moqueta política. De momento, Inés Arrimadas y Pablo Casado que se aten los machos porque les acechan amenazantes nubarrones. Que tampoco Díaz Ayuso se pavonee demasiado, aunque tenga la baraja en su mano. En el albor de este avasallador tsunami de Murcia y, sobre todo de Madrid, que voltea inmisericorde demasiados tableros institucionales en el momento más necesario para la unidad de acción, solo hay dos claros vencedores sin bajar del autobús: Vox y Pedro Sánchez. El partido de Abascal seguirá siendo irremediablemente la muleta de apoyo cuando el PP pretenda gobernar allá donde pueda, mientras el presidente socialista acaba de asegurarse el poder hasta que un día se aburra de estas cuestiones menores del Congreso y decida buscar suerte en las instituciones europeas, que la buscará.

Ciudadanos acaba de zaherir la credibilidad política. Le ha bastado arteramente la débil justificación de unos políticos del PP murciano colándose en el turno de las vacunas del virus para provocar una cascada de mociones de censura de alto voltaje en medio de la incredulidad generalizada. Una maniobra de hondo calado, trenzada en connivencia con un PSOE que apenas arriesga y plagada de morbosidad por la repercusión de su desenlace.

Con razón ayer abandonaron raudos sus escaños la guardia de corps de Pablo Casado en el insulso pleno de control al Gobierno. Tampoco Teodoro García Egea había lucido esa sonrisa irónica cuando cada semana elige una pregunta acusatoria contra Pablo Iglesias. La procesión iba por dentro. Arrimadas, sentada aparentemente tranquila dos filas más arriba, acababa de abandonar el espíritu de Colón para siempre y fiaba su incierto futuro al socialismo que en su día aborreció el narcisista Rivera. El PP, que estaba entretenido con el PSOE jugando los apaños del CGPJ y del Defensor del Pueblo, se enteró de la puñalada cuando le brotaba la sangre mientras escuchaba la última vomitona acusatoria de Luis Bárcenas. Pero aún le quedaba otro sapo a Casado.

En medio de la conmoción matinal, Miguel Ángel Rodríguez la cogió al vuelo. Entendió que era la oportunidad soñada para clavar definitivamente el mojón nacional de su presidenta después del entrenamiento de patadas en la espinilla a Sánchez durante la pandemia. En un ejercicio de futurología embrujada, quien convenció en su día a Aznar de que se puede llegar a sentarse en La Moncloa desde el modesto altavoz de Valladolid, imaginó sin encomendarse a Génova que Ciudadanos podría repetir en Madrid la travesura de Murcia y aconsejó a Ayuso que convocase elecciones. Al momento. Sacó la guadaña y se deshizo en un santiamén de las sombras que nunca quiso en su gobierno de coalición ante la incredulidad del alcalde Almeida que siente escalofrío por las repercusiones de esta tormenta. También Casado empezaba a sentir el sudor frío. A Gabilondo y Errejón les pasa lo mismo porque les llega su responsabilidad después de tantos meses en el diván. La intrépida lideresa ha postrado a su presidente al pie de los caballos. Una victoria en mayo, en el supuesto de que haya elecciones tras la batalla judicial que acaba de estallar, le pondría en manos de Vox ante una supuesta mayoría absoluta y así dinamitaría el viaje al centro del PP durante la moción de censura mientras le consolidaría como una alternativa real para cuando el partido vuelva a flojear en unas generales. A su vez, una hipotética pérdida de poder en favor de la izquierda perjudicaría mucho más a Casado porque entonces el PP se quedaría sin la auténtica joya de la corona. Además, para entonces, solo le quedarían los reinos de Galicia y Andalucía, y ambos bajo el mandato de una estirpe popular bien distinta. Con la embestida de Ayuso, Murcia quedará reducida a una anécdota necesaria. Ahora solo importa Madrid y, quizá, un poco Catalunya. Castilla y León es transfuguismo en estado puro.

En Ciudadanos contienen el aliento y la desolación por el tenebroso futuro. De un lado, el reducido elenco de arrimadistas cierra los ojos, prietas las filas, en la esperanza de que van a cobijarse debajo de un árbol socialista con mucho poder y generoso con los conversos arrepentidos. De otro, quienes abatidos por el desencanto y las estrategias suicidas empiezan a escribir el epitafio de un partido fundamentalmente fallido.