Madrid seguirá teniendo alcaldesa. O Carmena, preferentemente, o Villacís. Nadie da un duro por el tambaleante PP. Así se llegaría al desenlace del cuerpo a cuerpo más esperado entre izquierda y derecha, mientras siguen latiendo los ecos harto determinantes de las recientes generales. Ahora mismo, la actual alcaldesa es favorita, y con mucho, porque dispone de un suelo propio y respaldos ajenos suficientes para dejar con la miel en los labios a la cara amable de Ciudadanos, que se siente vencedora. Así lo detectan en la Corte unos pronósticos, sin duda contaminados por el revolcón del 28-A, donde el PP deambula como alma en pena muerto de miedo por el fiasco que se avecina cuatro años después de ganar las últimas elecciones al fastuoso Palacio de Cibeles. Los populares, con un buen gestor, pero flojo candidato, como José Luis Martínez Almeida, vieron hace dos semanas cómo 400.000 de sus votantes se iban a Vox y otros 70.000, a Ciudadanos. Con semejante agujero hasta van a perder con toda seguridad la Comunidad de Madrid, favorecidos por el desconcierto que provoca su patética candidata, inspirada en Faes. Una vez que se consume semejante tragedia política llegará el llanto y crujir de dientes a Génova. Y Aznar seguirá sin aparecer.

Carmena juega en la liga de la credibilidad y le va bien. Después de los interminables quebraderos de cabeza en el estreno de su mandato, esta veterana jueza de trato cercano y reflexivo decidió hace mucho tiempo pasar de puntillas por el enjambre de codicia e ineficacia que han envenenado el tronco original de Podemos. Le vale con su sensatez y la eficacia de Mar Higueras para apuntalar un cartel que irrita al empresariado y a la derecha, incapaces de entender que Más Madrid ha perdido la esencia del populismo y facilita la confluencia de la izquierda.

En la orilla de enfrente, Villacís podría favorecerse de la ola ambiciosa de un Ciudadanos en alza y del calvario emocional de un PP carcomido por sus dudas ideológicas y, sobre todo, por los mordiscos de sus rivales. Ocurre que a efectos prácticos, Vox solo cuenta para vengarse. En unas elecciones donde no hay que enfrentarse al independentismo ni a los emigrantes de patera, la ultraderecha busca incómoda su espacio y en el empeño se asistirá, eso sí, de candidatos de lengua afilada, siempre proclives a propiciar la desestabilización siquiera del lenguaje.

En esta pelea de incontable trascendencia, el PSOE bastante tiene con esperar la llamada de Carmena para entrar encantado en un futuro gobierno. Lo desea desesperadamente y así disimular su incapacidad para subyugar al electorado con un candidato equivocado como el voluntarista Pepu Hernández. Una vez comprobado el sentido duelo en la calle por la muerte de Alfredo Pérez Rubalcaba, es evidente que el olfato populista de Pedro Sánchez había vuelto a acertar al proponerle como alcaldable para Madrid. El llorado político se negó a la jugada. Con la misma socarronería que rechazó la propuesta, ahora estaría criticando más de una sobreactuación emocional en sus honras fúnebres de algunos compañeros que jamás le quisieron.