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Confinados en los límites de Gaia, geoide de 40.000 kilómetros de circunferencia, recluidos en un máximo de ocho kilómetros de atmósfera habitable; enclaustrados con nuestras limitaciones de agua potable, alimentos y oxígeno; retenidos junto con la contaminación de ríos y océanos más el cambio climático claramente antropogénico. Pero tras admirar el pasado viernes el amartizaje de la nave Perseverance, al "confinados-enclaustrados" le surge una vía de escape que podríamos expresar en forma de pregunta, hoy aún irresoluta, con la mano en la barbilla en actitud de duda pensativa: ¿hay vida en otros planetas o la hubo en algún momento?

Para responderla, antes de Perseverance, el pasado martes penetraba en la tenue atmósfera marciana Hope, la sonda emiratí; y en mayo lo hará la china Tianwen-1 ("preguntas celestes") con su robot "conejo rojo" al mando. Cómo es el rompecabezas geológico de Marte, su actividad sísmica, atmósfera y clima marcianos, si hay/hubo agua o hielo y dónde se encuentra, obviamente son las preguntas técnicas que esperan respuestas, pero la madre de todas las preguntas es si hay o hubo vida en Marte€ Y, sobre todo, si podremos habitarlo los humanos. Para dentro de diez años algunas/os soñamos con vivir la tranquilidad de esta tierra, pero otros como Elon Musk y su compañía Space X tienen en mente para 2030 que haya 1.000 humanos habitando Marte y que en 2050 sean un millón: toda la población de Bizkaia, juntitos tomando txikitos con gilda en Jezero, antaño paradisíaco lago marciano del llamado planeta rojo. Bueno, si antes trasladan San Mamés, la basílica de Begoña, el Puente Bizkaia y el IMQ, no resulta imposible.

Pero detrás del espectacular descenso de Perseverance, además de exploración y avances tecnológicos, hay 2.700 millones de dólares. Con tantas penurias terrenales de tantos humanos: hambre, falta de agua, guerras, epidemias evitables, inmigración, paro, contaminación€ ¿Ya merece la pena tanto gasto? Para responder basta repasar la transferencia tecnológica de la carrera espacial a la vida diaria, una larga lista de utensilios cotidianos de origen extraterrestre: pañales desechables, láser, velcro, lentes de contacto, teflón, tubo dental, detectores de humo, trajes ignífugos, código de barras, taladro inalámbrico, alimentos liofilizados, telefonía móvil, GPS, TAC€ y un fructífero etcétera.

Así que el gasto inicial, al prestigio añade plusvalía de retorno. Como lo tendrá la participación vasca en este proyecto. La UPV/EHU con su estación meteorológica y sistema de análisis; AVS, empresa de Elgoibar que ha construido dos de los siete partes del rover; y SENER aeroespacial, que ha diseñado y fabricado el sistema HGAG de comunicación. Es inversión, no gasto. En tiempos de abatimiento pandémico alivia poder mirar al cielo, aunque sea a Marte, donde algún marciano podría quedarse boquiabierto ante un ET escafandrado terráqueo descendiendo de un rover. El tiempo y Musk tienen las respuestas.

¡Ojo! También pudiera ser que, ampliando nuestros límites de confinamiento, en realidad estemos dando más espacio para la deslocalización y que los más pudientes amplíen sus horizontes vacacionales y de paraísos fiscales de Abu a Marte. Al fin y al cabo, su dinero aquí presumiblemente también valga allí, aunque dicen que en el espacio las flores huelen diferente.

nlauzirika@deia.com @nekanelauzirika