Mientras deciden en qué hora hemos de vivir, los relojes siguen marcando los segundos inexorablemente. A lo largo del año hemos metido con el calzador de la mejor buena voluntad días dedicados: del Planeta, de la Eficiencia Energética, del Agua, de la Madre Tierra, del Reciclaje, de Protección de la Naturaleza y el pasado sábado, el Día Internacional contra el Cambio Climático. Excepto algunos contumaces negacionistas, terraplanistas de la verdad o beneficiados directos de este negacionismo, la mayoría acepta que el cambio climático es real y la actividad humana su principal causante: combustibles fósiles, deforestación, plásticos, contaminación y acidificación de los océanos... nos están abocando a un incremento nunca visto de dióxido carbónico y óxidos de nitrógeno en la atmósfera, lo que se traduce en una reducción galopante del hielo polar, de los glaciares, del permafrost, y en un constante aumento del nivel de los océanos, con intensas alteraciones en nuestros ciclos climáticos, con consecuencias cada vez más catastróficas, también económicas y poblacionales. Sé que lo urgente hoy es el covid-19, pero en uno o dos años pasará como lo hizo la polio u otras enfermedades. El calentamiento global, no, porque no es una pandemia puntual, sino un órdago a nuestra propia existencia como especie.

Según la Organización Meteorológica Mundial, 2016, 2017 y 2015, han sido los años más calurosos desde 1880. Imparable calentamiento global. Dentro de cinco años, más del 60% de la población mundial vivirá en zonas donde la demanda de agua será mayor que la cantidad disponible o su uso será restringido por insalubre. Conocemos las acciones para frenar el calentamiento global: descarbonización, menos combustibles fósiles, reducir desperdicios, no contaminar el océano, menos plásticos, reforestar, organizar una economía verde y circular, gestionar mejor el agua, crear empleo sostenible e inclusivo, afrontar los riesgos climáticos bajo el paraguas de la cooperación internacional€ Pero conocer las causas y consecuencias no parece suficiente para actuar de maneras contundentes. Un dilema parecido al de elegir entre el horario verano-invierno con el reloj de la decisión política parado mientras el reloj horológico del calentamiento corre en nuestra contra sin detenerse ni un femtosegundo.

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