No sabría decir si las ideas de Yubal Harari sobre el Homo sapiens evolucionando socialmente de mono con pretensiones a Homo Deus con capacidad de autodeterminación se cumplirán pronto o no, pero en lo inmediato tenemos un simple ente asociativo supramacromolecular, que se mide en nanómetros y es incapaz de reproducirse por sí mismo, poniéndonos en nuestro sitio, mucho más cerca de la animalidad que de la divinidad. Lo sorprendente es que cuaja la impresión que nos ha cogido con la guardia bajada y cambiada, probablemente porque la sensación de seguridad total autocomplaciente nos esté infligiendo una severa corrección social sobre la realidad de la vida.

En esta tesitura, vemos que el andamiaje que creíamos tan sólido se desmonta cual castillo de naipes y que avanza sin nuestro control como una cascada de fichas de dominó. Hoy 135 países con centenares de miles de afectados, fronteras cerradas, la producción y la economía en caída libre, estado de emergencia, de alarma y hasta tal vez de sitio€ si lo combinamos con el miedo que se propaga más rápido que el virus tenemos la plaga en tormenta perfecta. Además, hace algunas décadas tal vez habríamos rezado y procesionado, pero en esta ocasión han cerrado el Vaticano, la Meca y seguramente muchas sinagogas y pagodas.

De nuevo, ahora como en tiempos de Boccaccio, la esperanza humana pasa por el redimensionamiento de nuestras expectativas de monos con pretensiones, por relanzar nuestro apoyo mutuo, aunque aún debamos esperar un par de semanas para abrazarnos y darnos besitos en los peteiros. Aunque con cuidado, no vaya a ser que tras el confinamiento familiar se disparen al unísono embarazos y divorcios.

nlauzirika@deia.com@nekanelauzirika