Tal vez sea el sino de la madurez entendida como dulce expresión edulcorada de hacerse mayor, es decir anciana o más vieja, pero a ciertas edades cada día nos resulta más cuesta arriba cambiar para entender, no ya al diferente, sino las acciones de quienes no son de nuestro entorno social, económico, ideológico y cultural. Son culpables por ser, no por lo que hagan. Nos hemos instalado, o tal vez nos hayan instalado, en la ortodoxia de nuestra zona de confort y lo que se salga de ella se convierte en una heterodoxia inasumible.

Sentarse delante del televisor en horas de informativos y de tertulias político-sociales es asistir a una contradicción tras otra. Vemos algaradas en Hong Kong y en Venezuela, donde la violencia impera como lo haría en cualquier ciudad sin ley del flamígero y legendario far west americano, pero los presentadores, comentaristas y tertulianos se afanan, y alguno hasta se ufana, en presentar dicha violencia como epítome de la fortaleza democrática de toda una población en forma de lucha contra las leyes injustas del opresor; en estos casos las comunistoides de Pekín o del sátrapa Maduro. Se echa agua bendita informativa sobre el cóctel molotov, se ablanda el adoquín contra los antidisturbios, se difumina el tirachinas de postas o se desdibuja la barricada incendiada e incendiaria y la ortodoxia democrática queda a salvaguardia.

Pero si el proceso de violencia callejera que nos ofrecen en pantalla y comentan los mismos popes informantes ocurre en Barcelona -o en su día en las calles de Bilbao o Donostia-, la ortodoxia cambia diametralmente de prisma y nada de reclamación democrática ni de lucha contra leyes injustas? Todo ese movimiento callejero resultará ajeno a las reclamaciones democráticas de la población para convertirse en puro ataque contra el orden público y antesala de un proceso de terrorismo que con tan aviesa intención contra Euskadi algunos odiadores oficiales del euskera adoptaron nominarlo en su castellano de ortodoxia como kale borroka.

Es la dictadura de la ortodoxia prevalente. Todo vale contra el adversario, al que en realidad se le trata como enemigo de trinchera. Es posible que la ultraderecha que campea por Europa y ahora retoña y acampa entre nosotros -aunque en realidad nunca estuvo ausente- exaspere un poco más este realce de la propia ortodoxia, pero esta está en el tuétano de la sociedad española, porque aún recordamos el trato tan dispar a los terroristas del GAL o de ETA, o a corruptos bien fueran los propios o de los otros, y entonces me suelo acordar del hablilla tan popular y extendida: al amigo, el acuerdo; al enemigo, la ley.

Y en ella seguimos, en la dictadura de la ortodoxia prevalente. La Inquisición hacía algo parecido, los hechos eran insignificantes frente a tu propio ser y naturaleza: eras culpable por ser judío o moro, por ser esclavo o pobre, por ser catalán o vasco, por ser antimonárquico, por ser proaborto, proeutanasia, pro-libertad de expresión? Lo que hicieras o hagas pasa a muy segundo término. La Inquisición no desapareció en 1834 como dicen los textos, sigue vigente en la mente operativa de muchos de nuestros dirigentes. El ropaje es democrático, pero la ortodoxia prevalente es dictatorial. Confiemos en que no sea mayoritaria.nlauzirika@deia.com@nekanelauzirika