la primera decisión de los nuevos mandarines municipales de Madrid fue abrir al tráfico sin restricciones en la zona centro; decisión muy “popular”, pero nada realista ni respetuosa con la salud pública. Los jueces les han parado los pies y abierto la nariz para que olfateen la contaminación y se atiborren de NOx. Ahora la UE nos dicen que Madrid, Barcelona y el Vallés-Bax Llobregat “disfrutan” de aire irrespirable; hay solución, pero la pagaremos entre todos, a escote. No solo son los coches para ir a tomar un vino, sino las calefacciones a 24ºC en invierno o climatizadores a 13ºC en verano.

Ver Madrid desde el aire es contemplar miles de urbanizaciones con sus correspondientes piscinas. No importa que el agua sea un recurso escaso en tiempo de calorina ni que la sobreexplotación para el chapuzón haga aflorar el arsénico que tiene los grifos sellados en tantos pueblos. Salida de emergencia, pagamos el agua embotellada a escote.

Todos los años por estas fechas las carreteras y autopistas van a reventar, los cruceros proliferan y los aeropuertos están superpoblados. Coches, barcos y aviones no marchan con agua sino con combustibles fósiles, derivados del petróleo mayoritariamente, que dejan su huella de dióxido de carbono, óxidos de nitrógeno y metales pesados.

Voy al supermercado y los plásticos los cobran, pero están ahí y se usan con profusión. Algunos son reciclables, muchos se reutilizan, pero otros muchos terminan volando por las calles y desmigados en el agua, en moluscos y en peces. Pero seguimos comprando magdalenas cada una en su funda de plástico, la docena en una bolsa de plástico envasada a su vez en otro gran plástico a modo de matrioshka.

También sabemos del peligroso adelgazamiento estival del hielo en el Ártico y en Groenlandia o de la creciente presencia de especies animales y vegetales africanos en la península, pero se ven como datos lejanos.

Leyendo los estudios y datos aportados por expertos oceanógrafos y meteorólogos como J.Greory, J.Churh o Anne Cazenave, recientemente galardonados con los premios Fronteras del Conocimiento de la Fundación BBVA, no queda ninguna duda sobre la realidad del cambio climático y del ascenso del nivel del mar como una de sus consecuencias más directas. Dejando aparte a negacionistas empedernidos como mr. Trump, Bolsonaro y su troupé, lo más contradictorio es que quienes dicen/decimos creérselo no hacen/hacemos mucho más que ellos para mitigar los efectos. Los científicos son optimistas, dicen que tenemos el conocimiento y la tecnología para hacer frente a los desastres que puedan generar el cambio climático y oceánico que estamos provocando, pero todos echan en falta la voluntad de los dirigentes para empezar a hacer lo necesario en lugar de quedarse solo en lo urgente.

Como yo también participo en ese aquelarre de consumo que menciono arriba al que resulta difícil sustraerse, comprendo que ser elegido presidente, repartirse el poder, enfrentarse al paro juvenil, al envejecimiento galopante de la población, a las pensiones sin fondos? sea mucho más urgente, pero si no toman cartas en estos asuntos de largo recorrido, además de tenernos desorientados y un tanto confundidos con acciones contrarias a nuestros propios intereses de supervivencia, podríamos terminar pagando a escote el amarre de veleros en La Arboleda.