Desde que vimos a Xixo corriendo por el desierto del Kalahari con una botella de Coca-Cola vacía para devolvérnosla, comprendí que nuestra presunta divinidad resumida en esa botella nos hacía parecer más sísifos redivivos y sufrientes que rutilantes dioses y diosas inmortales dueños del Olimpo. Puede que los humanos tan solo seamos monos con pretensiones, pero hablando con Francisco Lledó, catedrático de Deusto, la búsqueda de la inmortalidad que nos venden por criogenización a precio de oro hace que estemos en el camino de querer ser dioses: vencer a la muerte, ante lo cual hasta el derecho se plantea su hipotética adecuación para un futuro sin límites en el Olimpo.

El miércoles hará 66 años que Tenzing y Hillary lograron coronar por primera vez el Everest, entonces solitaria Madre del Universo. Me ha impactado la larga cola de montañeros de pago esperando turno para hollar su cima; el día 22 fueron 200 personas, con atascos incluidos como en el metro a hora punta o en el Pagasarri un domingo soleado, pero a 8.848 metros, con algo más de frío, mucho menos oxígeno y riesgo cierto de sufrir un accidente; de hecho, el sábado pasado fallecieron dos y este año ya han muerto diez alpinistas en su ascensión. ¿Alpinistas o himalayistas?, aunque sea opinión de inexperta, ni lo uno ni lo otro. Seguramente, al yeti le habrán parecido toda una intromisión en su casa al verse como donostiarra invadido en su casco viejo cada fin de semana; hasta a mí me dieron la imagen de cola de turistas esperando subir a San Juan de Gaztelugatxe o al puente Bizkaia con el tique en la mano esperando que les indicaran su localidad. Aparte de la contaminación y rastro de basuras, este atasco humano en la puerta del cielo es imagen perfecta del fin del romanticismo en la montaña, a la que yo creía que subían para gozar, disfrutando del silencio y del propio esfuerzo, no del oxígeno embotellado, de la impedimenta que les transporta un sherpa, de las cordadas fijas y hasta del helicóptero de aproximación. La ambición y la pasta gansa de algunos (la ascensión turística ronda los 100.000 euros por persona) bien adobadas por la vanidad, está convirtiendo esta montaña antaño sagrada en un lugar inhabitable? masificado. Una sobreexplotación de la Tierra que gentrifica y turistiza los que hasta hace poco eran desiertos abrasadores, inmaculadas costas vírgenes, polos inhóspitos o insoldables fondos marinos y que ahora quiere tocar el cielo desde el gran dedo himalayo; quizá debido a que muchos crean que el cielo está en la tierra porque se durmieron ese día en clase de Geografía. Jugamos a ser dioses, pero seguimos haciendo locuras de humanos? así que para Xixo y el yeti los humanos autodiosificados debemos de estar locos. Mal camino, porque podríamos quedarnos en sísifos empujando hacia arriba siempre la misma piedra que volverá a caer como burlesco castigo para quien hace trabajos inútiles.