ODO ha sucedido como si estuviésemos bajo el yugo de Luis XV de Francia y de Navarra, aquel monarca cuya predicción estaba pasada por agua. No en vano, fue él quien dijo aquello de “después de mi, el diluvio”. Soñaba con uno semejante, supongo, a lo vivido estos días en Bizkaia, una amenaza incesante al igual que la lluvia que se desató sin tregua. Un sinfín de episodios ha espolvoreado toda la geografía de Bizkaia, con achiques constantes, algún que otro rescate espectacular (en Muxika tuvo que salir al encuentro de un autobús una zodiac para llevarse a la pasajería...), desbordes de los ríos y un continuo mirar al cielo de lo locales y los municipios ribereños.

Treinta y ocho años después de que Bilbao fuese sepultado por el lodo por mor de aquella gota fría del 83, ayer se miraban con tensión las isobaras, la tabla de mareas y el cambio brusco de temperaturas que tanto alborotó. La tormenta Barra, se llama el angelito. Suena a tocada de coj..., después de las semanas y semanas en las que no nos han dejado acercarnos a la barra del bar para tomar un vino, un café o un pintxo quitahambres. Se diría que, con el paso de los años, la ciudad urbanizada y civilizada no se acostumbra del todo a convivir con la naturaleza salvaje. Tal vez se inevitable, pero quien ponga el nombre, que no se cachondee...