NTRE los antiguos romanos fue vista como la comida principal del día, ya que originalmente se llevaba a cabo poco después del mediodía. Con ustedes... ¡la cena! En los último tiempos la cena ha perdido ese halo mágico que le investía de un tiempo único para el encuentro con la familia, con los amigos, con la vida tranquila sin urgencias que le pisasen los talones. Creo que fue Aristóteles Onassis quien pensaba que lo correcto era "esperar hasta la noche, cuando se dispone de más tiempo y se ha terminado el trabajo del día. Entonces, disfruta de una buena comida con los amigos, y no hables nunca de negocios mientras se come". Visto así, la hora bruja de la medianoche se antoja un plazo bien corto, por mucho que la gente extremista en los cuidados de la salud asegure que no, que ese no es un buen negocio para nuestras arterias.

Lo habrán escuchado más de una vez, seguro. Desayunar como un rey, almorzar como un príncipe y cenar como un mendigo, ese era el consejo. Y, sin embargo, hay un sinfín de momentos en que la cena se agiganta. Muchos lo hacen, lo hacemos, fuera de casa para una celebración o como una cita romántica; como tiempo de encuentro entre amigos que no sacan un rato libre para verse salvo a última hora o para aliviarse de la soga del reloj que tanto aprieta al mediodía. Se han incrementado los horarios hasta las 0.00, tiempo más que suficiente para la vieja Europa pero un punto ajustado para las tierras de sangre y climas calientes. Sea como sea, el pueblo se ha lanzado a las reservas para cenar, algo que no se ha podido hacer en el último año. La idea de que esta apertura se celebre como noticia de cartelera ya tiene su aquel. Era un hábito común sobre el que ahora brindamos como si fuese un suceso extraordinario.