OMO contrapunto a esa línea recta que une dos puntos y es, según la geometría y el sentido común, la distancia más corta posible, bien pudiera decirse que la distancia más larga es la que une la cabecera y furgón de cola de una lista de espera. Lo lanzo al espacio exterior de esta columna, habida cuenta las nuevas normas instauradas por el Gobierno vasco. Se resume en que todas aquellas personas que hayan sido vacunados con AstraZeneca y opten, como segunda dosis, por esta misma vacuna, en lugar de la de Pfizer, deberán rellenar un formulario y pasarán a una lista de espera. La pauta es que en la segunda parte, si es que se me permite decirlo así, entre en juego Pfizer. AstraZeneca ha de esperar su turno en el banquillo.

Para la supervivencia en todos los órdenes de la vida hay una regla de oro: espera lo mejor y prevé lo peor. Lo que quiero decirles es que el miedo, la cautela o la prudencia son seres libres y es lógico pensar que quienes se vacunaron con AstraZeneca en una primera tanda prefieran aplicar la vieja ley de las noches de fiesta: no mezclar bebidas para que no se alborote la juerga más de la cuenta. Hay que esperar a que traigan un nuevo barril de la vacuna anglosajona y, como bien saben, en tiempos de guardia aquel que vive de esperanzas corre el riesgo de morirse de hambre. En una apuesta por la libertad de elección queda claro que la persona que desee AstraZeneca tiene que entrar en la página de Osakidetza y rellenar un formulario. Más adelante se pondrán en contacto con ella para asignar una fecha cuando haya disponibilidad. Y además tendrá que llevar su consentimiento. Lo dicho, libertad desatada al viento y que cada palo aguante su vela. Esa es la ley que rige en estos días de Juan y pínchame.