O todo el que vaga lo hace sin rumbo, y menos aún aquellos que buscan la verdad. La ausencia del cadáver de Joaquín es, para su gente más cercana y para la ciudadanía con más sensibilidad, la persecución de un alivio que hoy en día no se ha encontrado. La ausencia del trabajador desaparecido en el vertedero de Zaldibar duele en el alma de su familia, por encima de todos los dolores, y en el corazón de la gente sensible que se lleva las manos a la cabeza cuando se anuncia que ya no tiene sentido la búsqueda con tanto tiempo transcurrido. Hasta ayer quienes buscaban parecían moverse por todas partes, inquietos y desorientados, pero creo que aún seguían buscando lo mismo: un lugar en el que puedan creer en su futuro, un lugar que les ayude a ser quienes quieren ser en realidad, donde puedan percibir que su empeño tiene sentido.

Durante quince meses no se ha parado en la búsqueda. Joaquín merecía un adiós más digno, de eso no cabe duda. Llorar y despedir a tus muertos de cuerpo presente es el último derecho que reclamar cuando la muerte le alcanza a alguien cercano pero tras tanto tiempo tras sus restos es necesario poner un punto final a una historia trágica como la presente, a riesgo de que uno se encasquille en una búsqueda que no garantiza la aparición y que prolongue la esperanza. Es, como les dije, un punto final llorado, muy parecido al de la desaparición de los muertos en la mar en un naufragio. Da la impresión de que se han buscado los restos hasta rozar casi lo imposible pero no parece que sea plausible hallarlos. Le dolerá a la familia y a la gente allegada, cómo no. Pero cuando una solución se antoja un imposible no conviene encelarse en el problema.