QUEL que fue llamado el Fénix de los ingenios, Lope de Vega, dejó escrito unos versos que, si no eran proféticos, al menos tenían el don de leer en el hondón del alma de los hombres. "Que más mata esperar el bien que tarda que padecer el mal que ya se tiene", dijo. Hoy van perdiendo vigencia esas palabras, sobre todo si se juzga que flaquea la espera y se robustece el ritmo de vacunación tras un puñado de meses de oscuridad en los que se aguardaba a que saliese el sol de las vacunas. Es un abrigo que templa los huesos y calma los escalofríos de la espera, un sol que trae consigo la vida.

Más allá del debate sobre las vacunas de primera o de segunda, sobre el precio de las dosis y sobre las posibles secuelas que tanto ven quienes acostumbran a pensar en el vaso vacío antes que en el lleno, la noticia es sólida: el descenso de los contagios a costa del ascenso de la vacunación en los mayores de 65 años, durante tanto tiempo víctimas propiciatorias de un virus que siempre buscó el punto flaco de sus víctimas.

No se trata de una noticia inesperada. Más al contrario, lo sobrecogedor sería que no fuese menguando la gráfica de los horrores. Pero sí es una noticia que borra de un plumazo las dudas de los pájaros de mal agüero que recelan de tanto como bueno se les acerca.

Salen errados nuestros cálculos siempre que entran en ellos el temor o la esperanza, dijo el clásico. Cuánta verdad llevaban sus palabras. Ahora bien, vivir en estos días sin emociones, como si uno fuese uno de esos "vascos de piedra blindada" de los que hablaba el poeta, resulta un imposible. ¿Quién es capaz de mantener impasible el ademán, como cantaba aquel terrible Cara el sol cuando todo afecta, cuando tanto está en juego? La esperanza es lo último que se pierde, nos dicen nuestros mayores desde la experiencia. Que lo sigan haciendo.