ESES y mese de vagar por el desierto, con las dolorosas quemaduras de las pérdidas, una sed inaguantable de distracciones y un puñado de oasis que, a la postre, no resultaron sino espejismos. Una vacuna que provoca trombos semejantes al que ha realizado el barco gigantesco que ha pisado el freno del progreso, atascándose en la parte más angosta del desfiladero del canal de Suez, que por lo visto es el paso de las Termópilas del siglo XXI, un lugar donde se libran las batallas del comercio. Ya lo ven, qué pocas razones para sembrar esperanza.

Así que visto ahora cómo se anuncia la llegada de 59.000 dosis de vacunas de Pfizer y Moderna de inmediata aplicación uno se conforma con dibujar una media sonrisa. En su interior cualquiera piensa que es una buena noticia, sobre todo si viene hilada a esa otra que nos anuncia la tierra prometida para el otoño entrante, cuando alcancemos eso que llaman la inmunidad de rebaño, una expresión que te invita a responder con un "y tú más", no sea que encima se burlen de uno sin que se dé cuenta.

Media sonrisa no es la felicidad completa pero marca el rumbo. Hace falta ahora que no suban los precios de las vacunas prometidas, que éstas lleguen a tiempo y en condiciones, que se distribuyan con criterios eficaces. Y que la gente no pierda el oremus y se desboque en desbandada. O que los plazos no se dilaten como se están ensanchando los previstos para la llegada del TAV. Hace falta que lo dicho se cumpla y que el otoño nos invite a celebrar la salida del desierto cuando veamos un vergel en el horizonte, la tierra prometida.

En estos tiempos de cuentos terribles, donde nada ha sido lo que esperábamos, uno siente que el patito feo no alarga el cuello, no va convirtiéndose en un elegante y hermoso cisne. Un vecino que antaño siempre sonreía me para a la salida del portal y me pregunta: "Oiga usted, señor letrudo, voy a comprar una bufanda rojiblanca. ¿Cree que ganaremos alguna de las dos finales, cree que se jugarán?" ¡Glups! Claro que sí, le digo. Y de repente le vibra y avisa el teléfono móvil, pide disculpa y mira, y me devuelve la mirada, casi cabizbajo. "Retrasan un cuarto de hora la final", me dice. No pasa nada, le digo. Da media vuelta y entra.