S uno de entre los muchos quehaceres que se le piden a la Administración, sea cual sea: jugar el papel de suplente de lujo, de jugador número doce o de sexto hombre o, si no les convence el argot deportivo, de albañil del trabajo sucio. Porque es ese, un buen trabajo sucio, el que se agradece en tiempos como los actuales, días en los que la inversión privada se paraliza por miedo al riesgo, por falta de fondos, de ideas o de oportunidades. Días en que se abraza cualquier noticia buena porque, supongo, las noticias buenas sí que se pueden abrazar. Ojalá fuesen contagiosas, pero mucho me temo que no habrá pandemia por ese lado.

Encaja esta reflexión con el incremento de la inversión en obras públicas y en sus consecuencias: la creación de puestos de trabajo. El goteo de obras forales de muy diversos tamaños y condiciones es acogido con bienvenidas por las cuatro esquinas. Vemos ahora que el empuje llega a través de la red viaria; viaja por autopistas y carreteras que son algo así como los vasos sanguíneos por los que transita nuestra circulación. Hay que aprovechar esa diana para lanzar un mensaje que cale y no se pierda en la hojarasca de estos días, donde parece que solo existe el Problema Único.

Así que aprovechémoslo. La seguridad vial es un compromiso de todos: ciudadanos y dirigentes. Cada uno desde su lugar debe tomar la responsabilidad que le compete y reducir el riesgo para uno mismo y para los demás. Solo así, en equipo, podremos volver a movernos por la ciudad y entre municipios sin estar en constante peligro. Cuidar los cauces y hacerlos más transitables para evitar que aparezca una flebitis (mala circulación, ¿se acuerdan de cuando se hablaba de otros problemas de salud al margen del Problema Único...) o para desahogar el tránsito es algo bueno pero, como les dije, hacerlo ayudando a la ciudadanía parada es un trabajo sucio de mucho brillo. Digno de aplauso.