QUÍ, en el hemisferio norte en el que habitamos, su manto se extiende desde el solsticio de invierno hasta el equinoccio de primavera. Un manto para los poetas, quiero decir, pero la pesadilla del lobo que baja de los montes para quienes tienen la encomienda de vigilar nuestros caminos y carreteras para que se mantengan transitables bajo la nieve y el hielo. En los días más fríos del invierno, cuando duele respirar y todo se ralentiza, salir a la carretera es un deporte de riesgo. Ya sé que muchos de ustedes, forzados a conducir sí o sí en estos meses que van de Todos los Santos a Navidad, hablan, y con razón, de incomodidades pero permítanme preguntarles: ¿de qué sirve el calor del verano, sin el frío del invierno para darle dulzura?

Lejos de aquí los poetas. De lo que hoy vengo a hablarles es del duro trabajo que les espera a los vigilantes de la circulación de estos días. Cuentan que ya han desempolvado 82 máquinas quitanieves y un acopio de 10 millones de kilos de sal para esparcir en las carreteras y evitar la formación de placas de hielo, una de las más grandes traiciones que uno puede encontrarse al volante. Se anuncia, además, el despliegue en las carreteras de Bizkaia de cerca de 400 profesionales entre personas conductoras de quitanieves, acompañantes y vigilantes, cifra a las que hay que sumar todo el personal que coordina el Plan de Vialidad Invernal desde los centros de control de carreteras de la Diputación Foral. Un ejército contra las inclemencias.

Claro que hoy las cosas son algo distintas. Ya no hacen falta palas para el acarreo ni un pastor del Gorbea que permita adelantarse a las precipitaciones. Hoy el control es mucho más avanzado: tecnológico y con muy escaso margen para el error. Hoy se ahuyenta al lobo antes de que llegue al rebaño de vehículos en la mayoría de las ocasiones. Estaciones meteorológicas y cámaras de vigilancia nos marcarán la ruta menos peligrosa. Que su responsabilidad haga el resto.