A inmensa mayoría de las sociedades avanzadas hemos aceptado que el grado de inteligencia viene acompañado de un número. Se trata de una idea tiránica y se extiende mucho más allá del mundo académico pero que conlleva un grado de injusticia a la hora de evaluar las capacidades de un ser humano. La vida te pregunta, cuando ya es demasiado tarde, cuántas horas perdiste en los estudios con los codos sobre la mesa con el único fin de aprobar un examen inútil, no solo para capacitarte sino para que un tribunal te abra la puerta de entrada al universo laboral que tampoco acostumbra a ser el que uno se había imaginado. Parece evidente que no es la fórmula más certera ni más eficaz para valorar, de entrada, las aptitudes de cada cual. Ni mucho menos para juzgar su grado de intuición, tantas veces pieza clave en no pocos puestos de trabajo, su capacidad para el trabajo sin desmayo, la vocación que se desata una vez conocidos los entresijos del oficio. El número que dicta sentencia recuerda a los viejos jueces del Lejano Oeste. Es justo de casualidad.

Antes de que la escasa juventud que se detenga en esta lectura, si es que aún queda alguna, se tire de los pelos antes, durante o después de las pruebas de la EVAU he de recordarles que la motivación es lo que te pone en marcha, el hábito es lo que hace que sigas y la ambición lo que hace que subas la escalera si quieres llegar a las plantas más altas. Que el mundo no se acaba si estalla este volcán.

Hoy, cuando tenemos noticia de que cruza la puerta de salida el genio de Ennio Morricone, me permito advertiros de que hay sitio para todos vosotros, para el bueno, el feo y el malo, siempre que tengáis una misión que cumplir en el horizonte y perseveréis hasta que llegue la hora. No os vendáis, ahora que podéis, por un puñado de dólares. Buscad vuestro paraíso.