UE una noche más oscura de lo acostumbrado, una noche de San Juan en blanco y negro. Digamos que fue uno de los signos que nos demuestran que aún no hemos entrado en los túneles de la normalidad. No se encendió una hoguera por San Juan, al menos de manera lícita, aunque supongo que habrá prendido algún que otro fuego clandestino si se juzga que es una costumbre de tiempos inmemoriales. Les recuerdo.

Para encontrar la relación de San Juan con el fuego, debemos trasladarnos a los orígenes paganos de la celebración. El día en que se celebra San Juan, el 24 de junio, es fecha cercana al solsticio de verano, un tiempo en el que se da la bienvenida a la estación y que en el hemisferio norte sucede en torno al 21 de junio. Alrededor de esos días, con motivo de la llegada de la temporada estival, en todas las partes del mundo tenían lugar ritos dedicados a pedirle a los dioses unas buenas cosechas y la purificación del Sol. El fuego y el agua, los dos elementos que representan la purificación y la fertilidad, eran esenciales. Lo siguen siendo por mucho que las sociedades modernas hayan perdido esa mirada mágica, esotérica.

Toda historia tiene su tránsito. Según la tradición oral, los celtas denominaban Alban Heruin a la noche más corta del año. Se creía que en ella los espíritus malvados vagaban libres por la tierra, por lo que era un buen momento para ahuyentarlos y atraer la buena suerte a través del fuego. Los romanos precristianos celebraban en el solsticio de verano el Día de Diana, según Aciprensa. El emperador Teodosio I trató, a través de varios edictos y leyes, acabar con el paganismo en el Imperio Romano en el siglo IV de nuestra era. Así, la fiesta del solsticio de verano se asimiló a la devoción al último profeta del cristianismo: San Juan Bautista. Ahí se produjo el salto que ayer se congeló.