OS límites indican un confín: cuanto puede distanciarse algo o la cantidad máxima de algo. Cuando alcanzas el límite, trata de imaginar que aparece un cartel que dice Fin. Hay un límite para la cantidad de peso que puedes levantar o para el tiempo que una persona puede permanecer despierta. Es posible establecer límites a la cantidad de chocolate que vuestros hijos puedan comer. Y si tienes que escribir un artículo para el periódico, quizás tengas que limitarte a escribir 400 palabras en lugar de 500. Las lindes son, como ven, casi infinitas y, sin embargo, nos invade una sensación extraña estos días: vemos, en lontananza, la penúltima frontera.

La vislumbramos a la puerta de la fase 3, el último río que ha de cruzarse para volver. Mientras uno escucha cómo los gestores y los gobernantes abogan por el regreso, a nosotros, el común de los mortales, nos quedan otras salidas diferentes. Es verdad que el virgencita, virgencita, que me quede como estaba es la oración laica de los gobiernos (en verdad, de quienes ocupan las sillas del poder...), pero flota en el aire de miles de personas una posibilidad bien distinta.

Seamos conscientes de ella. Elegimos nuestro mundo venidero mediante lo que hemos aprendido en este. No aprendas nada y el próximo mundo será igual que este, con las mismas limitaciones y dificultades que superar; aplica lo que te convenga de las enseñanzas pasadas y mejorarás. Claro que nos preocupa el poder movernos de acá para allá, el poder juntarnos y compartir la vida con los cercanos. Claro que sí, pero es mejor conocer los propios límites que calcular mal las propias habilidades y perder el control. Si esto ocurre y nos sorprenden saltando la valla para esquivar la cola de los pasaportes, si esto sucede y repetimos lo que hacíamos como si todo hubiese sido una morrocotuda pesadilla y no una tempestuosa realidad, corremos el peligro de quedarnos en un círculo vicioso, en un bucle del que nos costará escapar. Si es que podemos.