SÍ que cuando ayer las redes sociales ejercían de fúnebre heraldo negro, de triste correo del zar, anunciando la muerte de Pascual Molongua, el potxolo más entrañable que haya conocido jamás el ancho mundo, me entró un temblor. Poco después empezaron a llegar noticias: que no, que no ha muerto. Vino entonces a mí el alivio de la resurrección. En la incertidumbre no tuve forma de dar con la verdad así que espero que solo haya sido una nube negra, dicho sea con ese humor negro que el propio Pascual gasta.

La anécdota me ha llevado al meollo de la historia: la ausencia de nombres. Día tras día desde hace cincuenta o más (perdí la cuenta...) los números bailan ante nuestros ojos una macabra danza del fuego o el vals de la primavera, según se tercie. "Murieron tropecientos", dice una voz. "¡Se curaron nosecuantos!", replica otra. Y el paro que alcanzará hasta taitantos, las terrazas que abrirán equis puñados de metros cuadrados, a porcentaje, la misma escala que usa el ERTE para reducir los salarios menguantes. ¿Abrirán el 11 o el 26 de mayo?, llevo siete semanas largas de penitencia y hasta temo que los encuentros en la tercera fase sea un mal remake de la película de Spielberg. Cifras de mareo. No lo permitan. Póngales nombres a las cosas.

Aun a riesgo de la contradicción les recordaré que Pascual ha sido, es y será el número uno de los crooners de la calle en Bilbao. Y me atrevo a recordarles a El principito de Exupery cuando decía aquello de "A los mayores les gustan las cifras. Cuando se les habla de un nuevo amigo, jamás preguntan sobre lo esencial del mismo. Nunca se les ocurre preguntar: ¿Qué tono tiene su voz? ¿Qué juegos prefiere? ¿Le gusta coleccionar mariposas? Pero en cambio preguntan: ¿Qué edad tiene? ¿Cuántos hermanos? ¿Cuánto pesa? ¿Cuánto gana su padre? Solamente con estos detalles creen conocerle."