A qué temperatura entra en ebullición el conocimiento?, ¿cuál es el punto de cocción exacto para llevarse a la boca un suculento examen? Esa es una batería de preguntas que cualquier día de estos hará la sociedad a la Universidad, habida cuenta de que la escala de valores pasó de cursos a grados hace ya algún tiempo y los que pasamos por Fonseca hace ya una temporadita estamos fuera de juego en estos cálculos. Los grados, en sus diversas formas y modalidades, son los guantes de boxeo con los que compiten las distintas universidades vascas -una pública y dos privadas hasta la fecha...- para captar a una juventud que, en su inmensa mayoría, miran su elección con incertidumbre.

Quizás esas sean preguntas con demasiada carga de profundidad para los aspirantes. Lo que sí deberían tener claro, tanto estudiantes como el profesorado, es que no es tarea de la universidad ofrecer lo que la sociedad le pide, sino lo que la sociedad necesita. Sería una misión más loable esta segunda, pero mucho me temo que la gente busca un modo de vida y punto. El catedrático, sus honores; el profesorado, un sueldo a fin de mes, y el alumnado, una manera de viajar hacia el futuro con alguna herramienta de supervivencia en la mano. ¿Lo que necesita la sociedad...? ¡Venga ya! No nos pagan para eso, contestan muchos, como si tuviesen la fórmula mágica en el cajón y fuesen capaces de sacarla si les pagasen.

El Consejo Social de la UPV/EHU acaba de mostrar las radiografías que han hecho para el diagnóstico, dicho así para que lo entiendan los aspirantes a carreras en torno a las Ciencias de la Salud. También podrían haberlo presentado en modo de relato o de estudio sociológico, porque las Artes y Humanidades son la segunda opción. Ahí explican la temperatura en las aulas.