RESULTA curioso que después de tantas veces como hemos visto buscar huellas y vestigios del pasado en excavaciones arqueológicas o en cuevas y grutas que recuerdan los túneles del tiempo, se presente ante nuestros ojos una idea revolucionaria: una excavación que nos mostrará el futuro que se nos viene encima. ¿Acaso el soterramiento de la estación de Abando que abrirá paso al TAV no es comparable a Atapuerca, acaso no cabe jugar con las palabras y hablar de un yacimiento del porvenir? Ahora, cuando llega el anuncio de la aceleración de los plazos y las obras, están permitidos estos juegos. Ahora, cuando el sueño para ir convirtiéndose en realidad.

Metidos en la harina de las curiosidades, resulta asombroso que aquello que siempre se ha ponderado de los viajes en tren -son más sosegados, permiten disfrutar del paisaje y acercarse al vagón restaurante en pos de un refrigerio; hablar con otros pasajeros e incluso disfrutar de la comodidasd, si es que se puede decir así, de un coche cama...- son las virtudes que destacan en los trenes de alta velocidad. Hoy las maravillas que ofrecen son otras bien distintas: una puntualidad escrupulosa que permite cuadrar agendas con pulcritud, conexiones wifi, la conversión de horas de desplazamiento en horas de trabajo, ahorro de tiempos. Se pierde, como ven, el toque nostálgico. Hoy embarcar en el Orient Express o el Transiberiano se considera una pérdida de tiempo. ¡Ha muerto la fantasía!

Tal vez sea así, pero no hay que cargar la culpa en el debe de los gestores, condenados a dar respuestas ágiles a las necesidades de la ciudadanía, cada día más urgentes. “Ningún hombre sabio o valiente se coloca en las vías de la historia y espera a que le pille el tren del futuro”, dijo Dwight Eisenhower, aquel militar estadounidense que llegó a ser presidente de Estados Unidos. Es lo que intentan ahora, con cierto retraso, eso sí: eliminar los pasos a nivel y que la vida acelerada corra y corra.