pARTAMOS de una base: no existen las verdades ni las mentiras absolutas, tal y como se empeña en recordarnos la terca y tozuda realidad, a veces, como es el caso que ahora me ocupa y me preocupa, cruda y dura. Escucho en los más altos despachos de la ciudad una letanía que se repite como un mantra: Bilbao es una ciudad segura, Bilbao es una ciudad segura, Bilbao es una ciud... ¡Mentira! Mentira podrida. Víctima del enésimo atraco -una zancadilla a traición para derribarme de madrugada y unas manos negras y malhechoras (sí, eran negras, dicho sea sin ánimo alguno racista ni xenófobo...) que vuelan para robarme el teléfono móvil...- y medio rehecho del susto, viene a mi memoria los números que cantan el aleluya de las estadísticas, esa gran mentira que se eleva sobre los pilares de las cifras, siempre con tanto crédito. Decrece la delincuencia, leí. Y lo recuerdo cuando, ya en comisaría para poner la denuncia, una voz me comenta que en el último mes de mayo tienen registradas en torno a 300 denuncias por robos de teléfonos móviles. ¿Decrece? No suena a verdad, verdadera.

No es esta una acusación de falso testimonio a los gestores de la ciudad, Dios me valga. Es solo un rapto de desahogo y la constatación de que, en este caso, eso de que son tiempos mejores es mi mentira de Bilbao, la que más de cerca me toca. En verdad quien más de cerca lo hizo fue el ladrón. Y no veo consuelo alguno en pensar que no estoy solo, que son, somos legión, los mentidos.