AL buitre le acompaña, allá en las alturas, la misma mala fama que arrastra, aquí en la tierra, el lobo. Mientras que a ras de suelo solo San Francisco Javier y Félix Rodríguez de la Fuente son capaces de decir aquello de hermano lobo (la revista satírica de humor gráfica del mismo nombre, publicada entre 1972 y 1976, era otro cantar...), cuesta un potosí escuchar a alguien que hable bien del buitre, excepción hecha de algún que otro ornitólogo. Quizás sea una fama injusta, habida cuenta que el buitre es uno de los mejores planeadores del mundo. Con algunas especies de una envergadura de hasta dos metros y medio y cuenta con una fama no del todo merecida. Suele aparecer como el malo de la película en los cuentos, en las historias, en el cine, y todo porque es un ave carroñera. Sin embargo, no hay conciencia de lo beneficiosos que son para la humanidad.

En verdad son feos, pelados y amantes de la carne muerta. No son los animales más carismáticos, pero cumplen un rol esencial -aunque poco reconocido- en el ecosistema. Esa voracidad por la carroña que les acompaña, sin ir más lejos, ejerce como un buen desinfectante. La carne de los cadáveres de animales que devoran entrarían en su ausencia, en un proceso de descomposición avanzado que contribuiría a la propagación de peligrosas enfermedades e infecciones.

Quienes denostan su presencia más allá de su aspecto físico -es incómodo de ver, dicen...- hablan del peligro que conlleva su cruce con la aviación civil o militar. Como quiera que, tratándose de un animal salvaje, estas aves no entienden de propiedades ni derechos en el espacio aéreo, es cierto que en ocasiones entran el conflicto con las aeronaves. Al igual que el jabalí o el ciervo con el tráfico rodado o la fauna acuática con los barcos. Es el hombre el que ha de buscar el equilibrio. Por algo piensa.