HE ahí una de las ondas expansivas de la vida moderna. Hoy no se persiguen animales para la caza ni se huye de una climatología aterradora pero regresa la figura del pueblo nómada que lo mismo busca una vivienda más asequible para su bolsillo que una playa a pie de casa o un dos por uno, una alternativa única para el invierno y el verano. Hay una parte del pueblo que emigra como antaño pero que no reniega de su raíces, que lleva el euskera en el corazón pero no en la lengua y quiere transmitirlo a su descendencia o refrescar sus conocimientos para no perderlos por falta de uso, como una de esas piernas rotas que flojean por falta de uso y de fuerza cuando les quitan la escayola.

Hoy Castro Urdiales, uno de esos municipios que ofrecen calidad de vida para muchos vascos, levanta la mano y pide: quieren ladrillos para levantar los muros de defensa del euskera. La noticia sorprende, no tanto por la reclamación sino por la tardanza. Al fin y al cabo, una urbe bien poblada de vizcainos reclama facilidades para saludarse con un ongi etorri, un zelan? desde hace tiempo, aunque sea sotto voce. Ahora, cuando el euskera va desplegándose, es lógico que la onda expansiva llegue a otras tierras. No conoce fronteras. Ni debiera.