EN Bilbao corre el rumor de que las semillas del viejo fútbol, ese que lleva más de un siglo alimentando pasiones, regando el fruto de la ilusión y perdiendo cosechas por el pedrisco del desencanto, no estaban perdidas, como decían. En Bilbao corre el rumor de que la sangre del viejo Athletic; que el viejo roble rojiblanco tiene savia fresca.

Sucede de cuando en cuando. De balcón en balcón se pregona con la alegría de las banderas; de taberna en taberna corre la noticia. ¡Oiga usted, que los buenos ya no son "los próximos que vendrán", que son los que están ahora! Que no hay que mirar abajo, a Lezama, con la desesperación del hambre sino al frente, a los ojos de los grandes clubes con los que se compite.

El viejo fútbol les decía, por mucho que lo traiga consigo una juventud capacitada y aventajada, una manada sedienta. El viejo fútbol que exigía dejarse el alma en cada disputa, que pedía espíritu de purasangre; el viejo fútbol que se jugaba en hermandad y no como un desfile de vedettes; el viejo fútbol que te sabías de memoria y que no hincaba la rodilla jamás, se pusiese quien se pusiese por delante; el viejo fútbol entre amigos y no entre compañeros del metal o compañeros de oficina; el viejo fútbol en el que el descuido o la tardanza de uno era cubierta por otro que se dejaba el alma para que no se notase, para que el equipo no sufriese.

En Bilbao corre el rumor que tras años de barbecho la cosecha de Lezama y alrededores es fecunda, que tal vez quiten el hambre de victorias y la sed de títulos a un pueblo que les espera con devoción. Uno, el menor de los Williams, es hijo de dos ghaneses que cruzaron el desierto en pos de la supervivencia y peina raro; otro, Vivian. tiene porte de centurión romano y vigila la entrada para frenar a los bárbaros invasores; un tercero, Vencedor, lleva escrito en su apellido su destino y ese cuarto, Sancet, juega al fútbol como si bailase claqué. Hay más, claro que sí. Un quinto, Zarraga, que es perito en maniobras en el campo de batalla y del que dicen que tiene alma de cazador cuando tira a gol. O un sexto, Villalibre, que toca la trompeta y tiene olfato y maneras.

Mire que ya van muchos pero acaba de incorporarse otro, Nico Serrano, que ya ha dejado huella. Decían de él que tiene colmillo y que huele la sangre. Cuentan que en un concurso de habilidad del All Star de Fundación Osasuna de 2014 batió el récord de toques de balón que estaba en posesión del catalán Robert Navarro, con 507 toques de balón sin que tocase suelo. El dio 3.059. Resuelto. Decían y dirán, claro está. En pos de la gloria se fue de Tajonar a Villarreal. La quería ya, pronto. Y con esa misma voracidad llegó al Athletic, encontrándose con un grupo con el que trabó amistad, primero; y fútbol de quilates después. Han llegado todos porque todos aportan. Han llegado todos porque alguien les miró.

Hoy Nico Serrano está en la última primera página pero mañana será cualquiera de los otros. Eso es lo de menos. Lo que ilusiona, les dije, es el viejo fútbol. Ese que traen de vuelta. Y se diría que con él volverán los tiempos felices.