NA de las mil caras del fútbol que tanto gusta es justo esa: la contradicción permanante en la que vive. Es lo que la calle dice ser un don Contreras. Y el Athletic, que acaba de dar señales de distinción y diferencia con el comportamiento de los suyos en el Reale Arena, tampoco es ajeno a ese universo. Lejos quedan ya esas alineaciones que se recitaban de memoria y que tanto se añoran (era síntoma de que el entrenador había dado con la tecla y que el equipo jugaba, como se decía entonces, "con los ojos cerrados...") con tanto ir y venir. Qué no se daría por dar con una de esas, piensan, pensamos, muchos de los antiguos.

Hoy es pedir un imposible. El rítmo al que se disputan los partidos, la acumulación de encuentros y eso que bien pudiera llamarse la pax romana del vestuario aconsejan variedad en las alineaciones. Por eso apenas se escuchan voces que pidan volver a los dos o tres cambios, por eso se diseñan plantillas de veintitantos jugadores, por eso se escucha, de cuando en cuando, la reivindicación de una oportunidad para los meritorios, bien sean cachorros que aguardan su hora, bien sean fichajes de refuerzo que jueguen.

Vistas sus alineaciones en lo que se lleva jugado Marcelino parece un míster salido de aquellos días. Han sido necesarios once partidos y un puñado de contratiempos de salud para que le diese paso a Petxarroman. Apenas diez minutos largos. No hay ocasión de juzgarle. Como a este paso tampoco la habrá para Capa. La afición va a olvidar el juego de un futbolista que se ditancia en los despachos y de las alineaciones. Es la bola negra de un año ilusionante.