UENA la campana, como si estuviésemos en un pub inglés de los viejos tiempos, cuando el tintineo anunciaba la última ronda y la parroquia fiel se arremolinaba en la barra para pedir una doble, la tradicional penúltima. Creo que aquella vieja ley, hecha tradición, se abolió hace ya un tiempo y hay locales que abren ya 24 horas. Una lástima porque el pub es toda una institución en la vida británica y es posible beber aún en alguno que se ha mantenido inalterado desde el siglo XVII manteniendo las costumbres. Sea como sea, el popular retablo sirve como metáfora de lo que resta por vivir en el Athletic de esta temporada, donde ya ha hecho tilín la campanilla.

¿Qué hacer entonces, con el Athletic lamiéndose las heridas de las finales de Copa perdidas y aquella otra, la de la Supercopa ganada, inmortalizada en una canción de pub para no olvidarla jamás? Hay dos opciones: irse a casa anunciándose la hora del retiro o acercarse a la barra y, con voz firme, llamarle al barman y pedirle la de los valientes. Póngame una doble. Ahora, ahora les cuento en qué consiste la comanda.

Desde el adiós a la posibilidad de la gloria ya no había un plan que llevarse a la boca. Los más aciagos apuraban el trago con la esperanza de volver mañana, por si trae consigo nuevas emociones. Los valientes, digo, pedían a Marcelino que les diese una oportunidad a los jóvenes para que fuesen forjándose. Es lo que se acostumbra en equipos de cantera. Minutos y más minutos para hombres como Villalibre, Sancet, Morcillo, Vencedor. Que se fogueen, que los veamos. Esa es la salida digna. Ahora, a cuatro del fin, en el horizonte se atisba la posibilidad de llegar a la lejana Europa. Reto de titanes. Y lejos de lamentos sobre lo que se guardó conviene apretar a estos chavales como si fuese una obligación tocar tierra. Es la forma de forjarles en la exigencia. Es la última doble.