SIEMPRE hubo centuriones y mercenarios en las fronteras del Imperio. E incluso mercenarios que llegaron a la élite del centurión por su entrega en el campo de batalla, por sus destrezas, habilidades e inteligencia. Roma en no pocas ocasiones los tachaba de bárbaros pero el buen romano sabía, en su interior, que eran ellos, en no pocas ocasiones, quienes les garantizaban las ventajas de ser ciudadano de la vieja ciudad capitalina. En un principio luchaban por la paga (al fin y al cabo esa ha sido patria universal a lo largo de los tiempos...), pero eso no conlleva que fuesen tipos duros de corazón. Al fin y al cabo, si algunos de ustedes han visto la legendaria películas Casablanca convendrán conmigo en que Rick Blaine, dueño del legendario café (Humprhrey Bogart, por si andan algo despistados...) es un mercenario con corazón. Uno de los buenos.

A esa estirpe pertenece, sospecho, Raúl García. Viéndole entregarse hasta la última gota de sangre por la camiseta que defiende no hace falta alguna medirle, estudiar sus orígenes por ver si lleva el ADN Athletic inoculado en sus venas. Su ley no es otra que la defensa de la vida del compañero, hermanándose con él en cada disputa. Su juego no es otro que el vaciarse por la causa que le contrata y, en ocasiones como la que hoy defiende, sentirla como propia. En ocasiones, no me lo nieguen, más que quienes presumen de cuna y no sienten la necesidad de ganarse, en cada balón, el corazón de un pueblo.

El fútbol de Raúl García es el que fue el fútbol del Athletic grande: bragado pero habilidoso, calculador pero ambicioso. ¿Acaso viéndole hoy sobre el césped duda alguien que no es un hombre rojiblanco hasta la médula? ¿Y escuchándole? El miércoles, cuando se anunciaba su firma de renovación, fue hermoso y emocionante oírle, nosotros, frenéticos románticos, que quería seguir siempre que estuviera a la altura de este club. O que lo más importante es el club y no el jugador ni ninguna persona en individual. Lo dicho, león hasta el tuétano.

Hace apenas siete años, cuando defendía otros escudos, Raúl era un cabrón. Su estilo de juego áspero que saca de quicio a los rivales, su negativa a la rendición (uno tiene la sensación de que en medio de la batalla, si le diesen la bandera blanca, la usaría para vendarse y seguir en la pelea...), el rival siempre en la mira. Hoy es nuestro querido cabrón, como dirían los clásicos del fútbol moderno. Se lo dije al comienzo: Rick, en Casablanca. Y el principio de una gran amistad con el Athletic. Para siempre.