LREDEDOR de la vieja y gran familia Athletic hay un trato pactado entre la afición y los jugadores. Es uno de esos acuerdos que no se han sellado en ningún papel timbrado. Ni siquiera con un apretón de manos. Es un pacto de caballeros casi tan viejo como el club; un acuerdo que en condiciones normales no hace falta evocar y que se recuerda cada vez que el equipo y la afición se ven la cara, cosa que por desgracia hoy no ocurre. Tiene poca letra y viene a decir algo así como que mientras no falten sudor y ambición sobre el césped, los seguidores no reclamarán a los futbolistas juegos malabares con el balón ni el fútbol del Brasil de los setenta, del Barcelona de Guardiola o, por ponernos más contemporáneos, del trepidante Bayern de hoy en día. No se es del Athletic por el espectáculo, que bienvenido sea, oiga, se es porque lo era tu padre. Y él porque lo fue el suyo. Se le sigue por el corazón, como a las viejas tradiciones.

He recordado el trato con el partido de Getafe aún caliente en la memoria. O mejor dicho, con las reacciones que hubo tras el mismo. Han sonado no pocas voces discrepantes por la segunda mitad del partido, sin que se haya considerado la primera parte. Que si son unos tuercebotas, que si Garitano es un ganorabako amarrategi y lindezas semejantes. Cada cual ve hasta donde le alcanza la vista o su intención. Pero vimos a un Athletic valiente en la primera mitad y un punto fundido de plomos cuando el Getafe, sobrepasado, se atrincheró en es fútbol de acantilados, tan rocoso y arisco, que tan bien predica. Cedió dos de los tres puntos que tenía en sus manos con ese empate pero fue el Athletic que muchos queremos ver. El del trato.