N torno al Athletic, visto el club en su máxima expresión, se ha producido un extraño fenómeno, casi paranormal, en los últimos meses: la expansión de cierta locura que ha difuminado lo que ha sido este club. Si uno comienza el análisis con una mirada panorámica observa cómo se ha quedado en el limbo una de sus tradiciones más queridas: la disputa de una final de Copa. Si a ello se le suma la celebración de partidos mondos y lirondos, sin público como fuerza motriz, el fútbol ya no es lo que fue. El dedo acusador señala al covid.

A ello cabe añadirse una sensación más preocupante, la de cierta debilidad en la filosofía del club, sobre todo si se busca dentro del vestuario. El pueblo que le acompaña sigue creyendo “en los de casa” a pie juntillas, pero en los últimos tiempos se han visto y oído ciertos desplantes a la filosofía rojiblanca. Jugadores que apenas han demostrado sus habilidades ya se plantan a la hora de firmar contratos; jugadores que han bajado su nivel futbolístico ya se quejan de las voces que lo denuncian o, por lo menos, señalan. Pocas, muy pocas veces como ahora, el enemigo ha estado en casa y no parece sencillo corregir esa deriva ahora que la geografía sitúa al fútbol sentido, ese que amas cuando lo juegas, más allá del portal vecino. Lo coloca en la cartera, sin casa propia ni fronteras. Si a ello se le une el esperpento de los despachos, donde tratan al Athletic como mercancía de uso, la locura, como les dije, ya es evidente.