AHORA que España ha entrado en una especie de vorágine electoral, que en menos de un mes le llevará a elegir a todos sus representantes en el Congreso, el Senado, la mayoría de los parlamentos autonómicos, en los ayuntamientos y en el Parlamento Europeo, el debate sobre la Unión Europea y el papel que en ella debemos jugar, clama por su ausencia. El Estado español es el miembro de la UE más ajeno a sus problemas, retos y desafíos. Sigue inmerso en una especie de lapso interno, en la mejor demostración de la negación de la realidad. La Unión es un ejercicio de cesión de soberanía de sus aún 28 socios, que confiere a las instituciones europeas un poder decisorio superior, por lo que los márgenes de actuación de Moncloa y de los restantes centros de poder en España, están muy delimitados por Bruselas. Parecería, pues, lógico que las campañas electorales pusieran el foco en el qué, el cómo y el cuándo de las reformas que Europa precisa.

Congresistas transportadores de Directivas Lo primero que debería explicarse al votante es que el 28 de abril, esos diputados y senadores que se eligen, en un más de un sesenta por ciento de su actividad se van a dedicar a transponer directivas aprobadas por Bruselas - bien por la Comisión o bien por el Parlamento Europeo -. Pero además, otro veinte por ciento de su trabajo legislativo está transferido por desarrollo constitucional a las Comunidades Autónomas. Y, finalmente, nos quedan las normas municipales que ordenan nuestra vida diaria y que suponen cerca del diez por ciento de la base legal. Es decir, que ese gran guirigay que vamos a soportar en la campaña de las elecciones generales, esta vez atenuado por el silencio procesional de la Semana Santa, se refiere a tan solo un diez por ciento del conjunto de normas que rigen nuestras comunes vidas mortales. Claro que si Sánchez, Casado, Rivera, o Iglesias tuvieran que explicar esto a los votantes, seguramente no superaríamos ese diez por ciento en participación.

Debates de andar por casa

Pero no es así, porque quien sea presidente del Gobierno español será uno de los líderes de referencia dentro del club y, por tanto, en el Consejo Europeo tendrá que buscarse alianzas para satisfacer nuestros intereses en el juego de las mayorías de la UE. De ahí que sonroje que a ninguno de los aspirantes a ese papel preponderante se le ocurra pensar que nos preocupa la contribución al próximo presupuesto europeo, si vamos a ser capaces de definir una política económica en la zona euro, si algún día pararemos la sangría de vidas humanas con soluciones unidas y coherentes para la inmigración o si tenemos un modelo de producción y consumo alternativo al que nos quieren imponer en guerra comercial Estados Unidos o China. A cambio nos dan una ración diaria de debate de andar por casa. Mucha españolidad de salón, de la de la unidad de España por encima de todo, incluso por encima de Europa si hace falta. Y, sobre todo, que si tú eres más tonto y más feo que yo o quítate tú para ponerme yo, que de esto tú no sabes nada. Lo malo es que “el de esto” ya nadie sabe qué es, porque discuten por banalidades frívolas cuando a su alrededor el incendio asola el hogar. Supongo que los atónitos españolitos del 98 vivieron una sensación similar con su clase política.

La Eurocámara, el baúl de la ropa vieja Para colmo de males, las elecciones europeas del próximo 26 de mayo coinciden en España con las autonómicas y municipales, mucho más interesantes para gobernantes y gobernados por lógica proximidad de los temas a debatir. Con lo que de Europa una vez más no se hablará nada. Será por eso que a los grandes partidos españoles les ha importado tan poco la configuración de sus listas al Parlamento Europeo. Repito, la cámara donde se deciden las grandes cuestiones que nos afectan. A Estrasburgo, PSOE, PP, C’s o Podemos, envía el fondo de armario. Lo que sobra de las otras listas, lo que se bate en retirada de guerrillas internas o al enemigo que se le ofrece un retiro dorado para que no moleste en Madrid. Da igual que no sepa de nada de lo que se va a tratar en la Eurocámara, ni mucho menos que no tenga ni idea de una palabra que no esté en su precario vocabulario castellano. Al fin y al cabo, nadie se va a enterar de lo que en un sitio tan lejano de la Villa y Corte ocurra. Voten ustedes y, por favor, en algún momento acuérdense que nosotros también somos Unión Europea.