N gran deportista es un emblema tan fácil de vender que puede resultar un útil abanderado de causas nobles o un completo quintacolumnista por mera arrogancia.

Novak Djokovic -Nole para sus amigos- ha mostrado siempre ser hombre de firmes convicciones. Entre ellas, la de purificar el agua con el pensamiento, que no deja de ser una boutade que difícilmente se creerá él mismo pero que el serbio se lo dejó decir hace tiempo. Desde el inicio de la pandemia covid decidió militar en la oposición. O sea, que se ha opuesto sistemáticamente a adoptar las medidas recomendadas. En junio de hace dos años, organizó su torneo en el que se hacía gala de la ausencia de mascarillas y el nulo distanciamiento entre público y afición. Acabó suspendido por los contagios entre los tenistas asistentes, incluido él mismo.

Se ha negado reiteradamente a vacunarse y ha tratado de colar una exención médica que presuntamente le justificaba ante las autoridades australianas para jugar el Open de ese país. No ha colado. No se sabe el supuesto argumentado pero los supuestos de enfermedad grave crónica que se admiten no son aplicables y los de la mental no se han acreditado por mucho que se empeñe con su actitud. Así que solo puede haber aludido a que ha padecido la enfermedad en los últimos seis meses, algo no conocido hasta ahora y que supondría que sigue reinfectándose a conciencia, el tío.

Nole no es el símbolo de un acoso ni la persecución que pretende esgrimir el presidente de Serbia. Es indigno que se pretenda hacerle aparecer como un represaliado y se clame por su "libertad" cuando puede irse a su casa cuando quiera. Nole es un militante de su empecinamiento; bordea la delgada línea que separa la convicción del fanatismo y muestra la arrogancia de quien conoce las condiciones de convivencia y pretende estar por encima de ellas por su conveniencia. Un privilegiado persistente hasta la extremaunción... ajena.