L minuto oficial de temblar por el futuro climático, fijado estos días en la cumbre mundial que se celebra en Glasgow, pasará y consolaremos nuestro miedo con un viaje relajante en avión o un fin de semana de paseo por las webs de compras por Internet para preparar el desembarco navideñocon los productos que nos traerán de China. Esto es, dedicándonos a incrementar nuestra huella climática.

En el imaginario de esta posmodernidad digital es más barato desplazar un contenedor 10.000 kilómetros que producir nuestros objetos de consumo en nuestro entorno. La globalización es, en ese sentido, un factor destructivo de nuestro globo. El black friday es el peor enemigo de los friday for future. Sobre todo porque no importa cuán concienciados seamos de la necesidad del segundo, que retozaremos nuestra vis consumista en el primero.

Nuestra juventud, la más formada, la más consciente ambientalmente -recuerdo que hace 30 años decían lo mismo de mi generación-, no puede huir de sus paradojas. El agujero de la capa de ozono que nos quitaba el sueño está amortizado. Nuestros hijos no hablan de él pero se conocen las ocurrencias de los twitchers, youtubers y demás opiáceos como si el wifi o el smartphone funcionaran a pedales y no consumiendo energía cara y contaminante. Esa batalla también la estamos perdiendo. No sirve de mucho ser apocalípticos porque a los apóstoles del armaggedon climático les han puesto sordina los mismos que les animan a protestar: de la calle, a la playstation. Así, el holocausto ambiental queda reducido a desastrito climático ante la dimensión del agobio por el impacto emocional de no haber hecho gaupasa o pasado un finde con la cuadri, que no era conviviente. Sí, me preocupa la huella de carbono de la euforia pospandémica. Ya sé que soy agorero, pero conozco a tantos que lo eran y acertaron...