E he tomado un par de días para reposar el sociómetro de esta semana. No por lo sorprendente de sus resultados, que no lo es, sino para contextualizar algunos de ellos. Veo que en España ha hecho fortuna el resultado del Sociómetro que indica una baja adhesión a la independencia sin matices. Ha gustado tanto que ha servido para que, de nuevo, se obvie que 7 de cada 10 vascos reivindica el derecho a decidir. Ahora mismo el eje del debate en torno a la independencia interesa más que el de la soberanía. La primera nos lleva a mirar el fracaso de la experiencia unilateral catalana; la segunda se asocia al autogobierno y este es, con toda probabilidad, el principal coadyuvante de la valoración positiva de la situación de Euskadi, tanto personal como general, por encima de la percepción de la española. Por lo demás, las preocupaciones de los vascos este año se parecen más a las de antes de la pandemia. Su valoración de los líderes políticos sigue explicando en buena medida su decisión de voto hace menos de un año y los clásicos de la percepción se consolidan. Entre estos, sigo encontrando preocupante el modo en que el todo de la política ha sido cogido por la ciudadanía por la parte de los políticos menos atractivos. La no identificación con partidos la puedo entender; la distancia sobre la política la veo peligrosa. La vida en sociedad, la organización de las reglas de convivencia, solo puede ser un proceso representativo y pactado. No es factible una mega asamblea de 1,8 millones de votantes vascos como no lo es de 38 millones de españoles. De ahí que decir que la política no te importa es ceder el derecho de decisión individual. El empleo, la calidad de los servicios, el modelo de bienestar, hasta el disfrute hedonista requieren un modelo estable que lo propicie. Ahora que los del "no nos representan" son representantes, ¿a quién culpamos los representados?