O renuncio a los sueños, lo que no significa que sea un iluso. También soy consciente de que dar una trascendencia excesiva a cosas que no la tienen es un modo de escapar de la realidad. No viene nada profundo a continuación porque busco esa fuga temporal de la realidad más severa con la excusa de la final de Copa del Athletic. Acostumbrados a la sucesión de hitos deportivos que se cuentan como un hecho sin parangón, estamos ante el partido del siglo -de esta semana- para el Athletic. Llega después de una decepción por el partido del siglo de hace dos semanas y tras disputar otras ocho finales en los últimos doce años -con dos títulos, uno este mismo año, aunque amorticemos antes las satisfacciones que las tristezas-. Esta afición es fajadora; encaja golpes y devuelve una sonrisa. Llevamos dos semanas administrando un desánimo que ya no se ve en los balcones, no mancha las camisetas que pueblan las calles. No negaré que hay un gusanillo dentro de cada athleticzale que no nos deja tranquilos. Pero, ¿quién daba un duro -¡qué mayor soy!- en enero por la Supercopa? Esta afición ha ganado tres finales de Copa al Barça en la grada aunque no las haya materializado en el campo -y ya toca, ¡carajo!-. Besar la lona es solo un accidente; somos de bailar sobre ella. Y, si todo saliera mal, ¡arriba como un resorte! ¡A disfrutar de la siguiente!