O recuerdo quién era, la verdad, pero sí que era un autor especialmente inspirado en el género del terror y la fantasía -el psicológico, la opresiva sensación de amenaza; no el gore, de víscera y hemoglobina desbocadas-, el que confesaba que escribía sobre sus miedos y que estos no eran el dolor o la muerte sino la pérdida, el no seguir siendo o teniendo. Me ha venido a la memoria porque, en estos tiempos en los que los miedos tienen tanto que ver con la inseguridad de lo desconocido -cuándo estaremos inmunizados, cuántas vidas y empleos se perderán, etc- en la superficie de nuestro tejido social, la primera capa de nuestro terror es más inmediata, más física incluso, aunque en muchos casos no tenga que ver con el dolor. El terror a perder nuestro proyecto profesional o de negocio o nuestra calidad de vida, se imponen al miedo a perder la vida misma. Allí donde la amenaza a la salud no es directa, pesa más el miedo a dejar de ser. Buscamos argumentos para seguir siendo y haciendo lo que somos y hacemos por encima de garantías de seguridad compartida. Las restricciones no se cuestionan por su eficacia sino porque obligan al cambio. La "nueva normalidad" repugna porque implica renunciar a la vieja. Los terrores más humanos, los más incontrolables, llevan muchas veces a su negación. De eso también van los debates de esta pandemia.