O sé cuánto de útil le habrá resultado al juez Manuel García-Castellón el careo del viernes entre el exministro de Interior del PP Jorge Fernández Díaz y su secretario de Estado, Francisco Martínez, en relación a la participación de ambos en la trama de espionaje denominada Kitchen. Lo que creo es que, superado el estupor, se tuvo que divertir un rato. Lo lógico era lo que pasó: que el subalterno convertido en acusador y el exministro se negaran mutuamente. Al prisionero de guerra se le supone la obligación de intentar huir; al acusado, la de mentir para no inculparse. Hasta ahí, las negaciones de Fernández Díaz no son comparables a las de San Pedro. Más bien al revés: es como si Jesús de Nazaret hubiese dicho a Pilatos: "Yo ni he multiplicado panes ni he sanado a nadie, oiga; no sé por qué le han dicho eso mis discípulos". Pero lo más gracioso del caso es que, ante las acusaciones de haber utilizado el aparato policial del Estado para proteger a su partido espiando a su extesorero, Luis Bárcenas, lo que le indigna a Fernández Díaz es, según cuentan, que su segundo a bordo le calificara ante terceros de "idiota integral, miserable y bobo". Se investiga el uso espurio del aparato policial en democracia y solo les falta quedar a la salida para pegarse. "Y que no venga a defenderte tu madre", les faltó decir. Toma madurez.