AÑANA toca ir a votar a pesar de la nueva normalidad y sus brotes. Nadie dijo que esto fuera a ser como la vieja en todo salvo en la celebración de elecciones. En nuestras calles hay más vieja normalidad con mascarilla que nueva en su amplio sentido. En nuestras playas y bares hay una conciencia del riesgo relajada. Curiosamente, esa conciencia se exacerba más cuando nos hablan de normalizar la actividad laboral y ahora que toca votar. Los que más pegas le ponen son los que no querían que se votara. Será casualidad. En Euskadi hay unas doscientas personas que no irán a las urnas por el coronavirus. Entre los casi 1,8 millones de vascas y vascos que estamos llamados al voto, no tengo duda de que hay miles más cuyas circunstancias físicas, de salud crónica o sobrevenida les dejarán sin ejercer el voto por condiciones ajenas a su voluntad o por un orden de prioridades diferente. Luego está el debate retórico brotado ayer sobre los derechos de esos 200 electores y de si la democracia se desnaturaliza en esta nueva normalidad. No recuerdo tanto celo jurídico cuando miles de votantes en el extranjero se ven privados sistemáticamente del derecho a voto por la dificultad del procedimiento consular. Así que me suena a ruido interesado. Aportemos la máxima seguridad y responsabilidad a esta realidad; pero no renunciemos a ella ni la manipulemos.