CONSTE que uno de los derechos centrales de una democracia es el de manifestación. Impedir que la calle sirva de escenario de las voces de la sociedad siempre resta calidad a la democracia. Admito que detrás de este preámbulo viene el palo a quienes se amparan en ese principio democrático para desgastar la convivencia enmendando en la calle el resultado de los procedimientos democráticos. Si uno no gana unas elecciones, tiene que tragar con que gobierne el que sí las gana sin renunciar a su derecho a expresar su disconformidad. Pero lo que se avecina y se jalea desde foros políticos y opinadores de la Villa y Corte no es eso. Se está reivindicando la legitimidad de desgastar la convivencia por parte de una minoría -si no lo fueran estarían gobernando- que siente arrebatado de sus manos su derecho natural a gobernar. Quienes advierten de que la calle se va a llenar de iracundos ciudadanos están alimentando que se ocupen con ira; quienes criminalizan los proyectos políticos de los socios más incómodos del próximo gobierno español -comunistas y nacionalistas, dicen- obvian la legitimidad democrática que solo otorgan los votos. El otro truco es contraponer al sujeto de derecho el Estado de derecho. Negar la existencia del primero es negar el sustento del segundo. El Estado de derecho, incluso el democrático, es legítimo como materialización de los intereses, el consenso de convivencia, del sujeto de derecho: pueblo, ciudadanía, nación. De ahí negar a vascos y catalanes la calidad de sujetos de derecho. En el calor de la soflama, el vecino solo puede ser aliado o enemigo. De momento, somos mayoría los enemigos. Que Dios nos ampare el día en que no lo seamos.