HAY algo en los negacionistas de esta primera ola con muy poco fundamento más allá de su asiento del poder. Entre los Ortega Smiths, Ayusos y Trumps negando toda la conciencia global sobre el cambio climático, los efectos nocivos de la contaminación o la violencia machista solo puede estar detrás un deseo muy fuerte de ir contracorriente, que no está mal, si no fuera porque sus argumentos no tienen más base del que solo quiere "tocar las narices". Esas narices son las 55 muertas en 2019 a manos de sus parejas o exparejas, las enfermedades relacionadas con la mala calidad del aire o los efectos del cambio climático en el medio ambiente, la economía o la propia salud. Pero para ellos no hay de qué preocuparse porque supongo que hablan para una parroquia harta de alarmismos, histerias colectivas y demasiada acción sobre una realidad aceptada. En ellos, apóstoles del negacionismo, con argumentos del peso de una mosca, han encontrado la palanca contra el cambio que no es otra que la de ser molestos. Sus razones tendrán, básicamente electorales, porque cuando un político retuerce los argumentos contra lo consensuado es que detrás hay una población que aplaude solo por gamberrismo. Pero no hay que negar a los negacionistas, que existen casi como ciencia contra lo unánime. Sin embargo, no hay más que verles y, como el negacionismo, ellos son otro extraño y financiado fenómeno de tan bajo perfil que escuchando sus bobadas, como evidencias abrumadoras, solo queda ser afirmativista en medio de tanto bochorno y banalidad encarnados en gobernantes de cartón con nómina a cuenta de todos. Es rojo y te dicen que es azul ¿Y lo dice Ayuso? Pues rojo. Porque sí.