DESHABITUARSE de la política suele ser un proceso fácil solo comparable a la adquisición de otro como disfrutar de las vacaciones navideñas, los polvorones y las cabezas de gambas. Anda la población bastante ausente de este esprint final de las negociaciones para la conformación del gobierno donde todo se nos anuncia hecho mientras los gobernados seguimos acumulando días sin gestión política y bandejas de turrón. Los políticos esprintan con cierta ansiedad sobre lo que aprueban unos y negocian otros e incluso hay dudas sobre lo que harán los pequeños, cántabros, gallegos, canarios o esa maravillosa gente de Teruel, solo si uno se enfada saltará todo por los aires. Más nervios. La magia de los reyes magos traerá presidente justo cuando miles de personas se reincorporarán a sus trabajos el día 7 con su consiguiente síndrome vacacional, grasa acumulada, más gimnasio, menos fumar y en los telediarios, los mismos, que, aunque por fin empezarán a gobernar, es como si se hubieran quedado viejos de repente. Vuelves a trabajar y te encuentras con una sesión de investidura. Otra vez, en segunda votación y ahí siguen los de siempre, como estatuas de sí mismos observados por ese símbolo que después del tiempo transcurrido sigue impertérrito, sin acusar desgaste, los presupuestos de Montoro, que son como la Igartiburu, eternos. Desluce tanta derecha y tanta izquierda porque ya solo somos de la tele y el martes volverá ese mal hábito de la misma murga y berrea de siempre. El final, pactado, llega ansioso para ellos y una ganada a pulso modorra para sus electores. Al fondo parece oirse a Montoro por fin: "Me estoy quitando"