UNA vez tras otra se van por el sumidero las oportunidades de aplicar a la resolución de problemas el principio de realidad. Lo describió Freud en contraposición -o complemento- del principio de placer y considerando que ambos son las dinámicas centrales por las que los procesos mentales nos llevan a tomar decisiones. Obviamente, el principio de realidad nos induce a posponer nuestra propia satisfacción ante la evidencia de otras prioridades para nuestra supervivencia. Pues bien, en contraposición a ese principio, la Cumbre del Clima ha dejado en evidencia que se ha acuñado un tercer principio para hacer la pinza junto al de placer: el de conveniencia. No es ya satisfacer los impulsos que nos producen placer sino adormecer lo imperioso e incómodo del esfuerzo que requiere el razonamiento lógico que impone obligaciones. Esta sesudez me permite explicar el enconamiento de problemas sistémicos. El de la amenaza ambiental es muy obvio. Se ha construido un discurso sin sustento en los hechos que se contrapone a las proyecciones teóricas sobre el calentamiento global y sus consecuencias. Con él, los mayores contaminadores del planeta eluden los esfuerzos que requeriría protegerlo por su coste socioeconómico. Pero no solo. Apliquemos el principio a la crisis territorial de Estado. La existencia de amplios colectivos sociales con conciencia y voluntad de nación no va a desaparecer por conveniencia ajena. Tampoco la del proyecto nacional español que se le contrapone. El principio de realidad exigiría medidas adaptativas a ambas realidades. Al de conveniencia le basta un marco legal rígido. El de placer se alimenta de la calidad de vida que la situación aporta algunos.