PROBABLEMENTE será que unir dos circunstancias como las de ayer -verano y festivo- da para levantar la cabeza de la actualidad y reflexionar, sin ninguna consecuencia, sobre otras ocurrencias humanas. O a lo mejor porque la luna llena y las perseidas me han puesto sensible, pero el caso es que me froté un rato los ojos tras leer que la misión espacial israelí que se estrelló en abril sobre la superficie lunar y que aspiraba a ser la primera sonda privada en alunizar, no iba tripulada pero sí habitada. Al parecer, el millonario estadounidense Nova Spivak, que alquiló un espacio en la sonda para su proyecto Misión Arca, coló de rondón unos bichitos microscópicos llamados tardígrados. Tras estrellarse la sonda es más que probable que estemos ante un tardigradicidio del que no habrá sobrevivido ninguno. Pero aquí es donde me pongo serio. Se me ocurre que ir propagando muestras biológicas por el espacio es, al fin y al cabo, una forma de contaminar, aunque la Luna no esté protegida por norma internacional, que la hay, para mantenerla virgen de material biológico. Algo así como escupirle al universo nuestros ácaros, o nuestro ADN, como prevé la Misión Arca, que pretende colonizar con el conocimiento humano el espacio. Es una broma cara montar una fundación para eso o un modo de deducirse fiscalmente por una iniciativa sin fines lucrativos ni -añado- beneficio alguno para la especie humana, pero divertida a rabiar si a uno le sobran los millones y le falta conciencia de las carencias reales en su planeta. Esas filantropías excéntricas indican cuantos recursos se dedican a objetivos inútiles cuando el único freno es el sentido común propio, que no se compra con dinero.