UNO ya no sabe si es mejor o peor ponernos apocalípticos a la hora de intentar que el común de los mortales tomemos conciencia de lo insostenible de la situación medioambiental. No se trata ya de debatir si afrontamos una glaciación o un desastre por calentamiento: es tan sencillo como encarar el hecho de que nuestro día a día, nuestro modelo de consumo, nos va a mandar a freír espárragos en cuestión de unos años. El pasado lunes se producía un hecho indiscutible: el nivel de consumo de recursos naturales y de deterioro de otros por nuestra huella ecológica llegaba al máximo de la capacidad de regeneración del propio planeta. Es decir, desde el día 29 de julio consumimos y contaminamos por encima de lo que este planeta -el único que tenemos- es capaz de regenerar en todo el año. Vivimos cinco meses de prestado. Entiendo que igual es complicado convencer al lector de su importancia porque el mismo enunciado puede resultar un poco farragoso. Pero se explica muy fácilmente. Es como si una familia se gastara para final de julio todos los ingresos que va a obtener en todo el año. No va a dejar de comer, de vestir, de consumir..., pero a partir de esa fecha tendrá que hacerlo tirando de sus ahorros o pidiendo un crédito. A nadie se le escapa que ese modo de vida es insostenible. Si tu capacidad de generar recursos no da para tu ritmo de vida, mucho menos para pagar además los intereses de un crédito o para llegar a reponer el ahorro gastado. No queda otra que bajar el ritmo de consumo o, más pronto que tarde, las deudas acabarán embargándonos la casa. Eso le estamos haciendo al planeta. ¿Adónde demonios vamos cuando nos lo embarguen?