NADIE va a negar a estas alturas la utilidad de la estadística. El procedimiento científico bebe muchas veces de ella siempre que la recopilación de datos reúne el rigor debido. La economía, como ciencia social, la utiliza sistemáticamente para explicar los sucesos y, lo que es más importante, para tratar de anticiparlos y extraer lecciones. Ocurre que décadas de estudios han extraído principios generales que funcionan en una multitud de parcelas de la realidad económica entendida como actividad productiva, inversora, comercializadora y distribuidora de bienes, servicios y recursos. Pero, y aquí me perdonarán un par de amigos del ramo que todavía me quedan, sigue sin establecer el sistema de ecuaciones completo de un modo equilibrado. Lo más, una sucesión de variables de efectos interconectados pero no equilibrado ni capaz de extraer una fórmula constante con la que afrontar las crisis y sus derivaciones. Seguimos en la derivada del crecimiento continuo como una necesidad y, cuando no es así, llega la tragedia porque el sistema se desequilibra. Así, en bruto -y muy a lo bruto, bien es verdad- la aplicación de las fórmulas parciales y los enunciados que producen sus conclusiones tienden a dibujar irrealidades. Por ejemplo, cuando el Banco de España insiste en que subir el salario mínimo “moderará el dinamismo del empleo” no miente, pero utiliza un eufemismo con vuelta. El “dinamismo del empleo” puede ofrecer una estadística redonda, pero también ocultar tras ella una insostenible economía de la miseria, con bajos salarios, bajas cotizaciones, bajo consumo y baja tasa de paro. Estadística ficción.